La educación convencional seguirá el camino de la agricultura
Por Doug French.
El alimento es vital para la supervivencia, y aún así menos del 2% de la población de Estados Unidos trabaja en la agricultura. Es un gran cambio respecto de hace 100 años, cuando más del 40% de la mano de obra se ganaba la vida duramente en las granjas. Si yo hubiera nacido al principio del siglo XX en Kansas, en lugar de a finales de la década de 1950, sin duda mi vida se hubiera desarrollado en la granja.
Entonces l agricultura era intensiva, requiriendo muchas espaldas fuertes, tanto humanas como animales. Además de casi la mitad de la mano de obra, 22 millones de animales trabajaban en el campo. Ahora 5 millones de tractores y una deslumbrante panoplia de aperos agrícolas hacen el trabajo de miles. Las granjas se han hecho más productivas y especializadas. Y el número de granjas ha disminuido radicalmente, mientras que el tamaño de la granja media se ha cuadruplicado.
De acuerdo con el sitio web de USDA, en 1945 hacían falta 14 horas de trabajo para producir 100 búshels de maíz en dos acres. En 1987, solo hacían falta 3 horas de trabajo y un acre para producir la misma cantidad. Ahora cuesta menos que un acre.
Tenemos más variedad de comida a nuestra disposición que nunca. Creada por menos gente. La división del trabajo continúa haciendo maravillas. Gracias a Dios no todos estamos atrapados en la granja. De acuerdo con las cifras de empleo ocupacional de la Oficina de Estadísticas Laborales, 419.200 personas estaban trabajando en granjas, pesca y actividades forestales en mayo de 2009.
El mismo mes de mayo el informe registraba 8.488.740 personas empleadas en actividades de educación, formación y biblioteca. Así que se necesita 20 veces más gente para educar a una pequeña parte de la población que para cultivar comida para todos. ¿Qué pasa con la preparación de la comida? Sí, los empleos de preparación y servicio de comidas totalizaban 11.218.260 empleos, sirviendo a una población de más de 308 millones.
Entretanto hacen falta más de 8 millones para educar a los 81,5 millones que están matriculados en escuelas. La historia y la tecnología dirían que esto indudablemente no puede durar. Un padre orgulloso me dijo recientemente que preguntó a sus hijos sobre el escorbuto. Y mientras que su hija trató de adivinarlo como si fuera un juego, su hábil hijo adolescente se fue a otra habitación y lo buscó en Google, apareciendo rápidamente para dar la respuesta correcta de que la enfermedad que mató a tantos durante muchos siglos se causa por una deficiencia de vitamina C.
Lo que para muchos es la escuela es una sentencia de 12 a 16 años a la que la juventud está confinada, embaucada, preguntada y examinada, en su mayor parte sobre hechos y cifras que ahora pueden obtenerse en segundo con un dispositivo de mano.
El presupuesto para educación en Estados Unidos fue de 972.000 millones de dólares en 2007, de acuerdo con el Statistical Abstract of the United States de 2009 – todo este dinero y toda esta gente por la promesa de que le seguirá una vida de éxito en el empleo. Igual que comprar una casa era la inversión más segura, invertir en educación se piensa que es una apuesta segura. Pero la burbuja inmobiliaria ha estallado y la burbuja educativa sigue a flote, buscando una aguja, de acuerdo con el fundador de PayPal e inversor en Facebook, Peter Thiel.
“Una verdadera burbuja es cuando algo está sobrevalorado y se cree intensamente en ello”, dice Thiel. “La educación puede ser la única cosa en que sigue creyendo la gente en Estados Unidos. Cuestionar la educación es realmente peligroso. Es el tabú absoluto. Es como decir al mundo que Santa Klaus no existe”.
En un artículo para TechCrunch, Sarah Lacy acentúa lo indicado por Thiel escribiendo: “Igual que la burbuja inmobiliaria, la burbuja educativa trata de la seguridad y garantía frente al futuro. Ambas susurran una seductora promesa en los oídos de los preocupados estadounidenses: Haz esto y estarás a salvo”.
Igual que los compradores se endeudaban para comprar McMansiones en el auge inmobiliario, padres y estudiantes están pidiendo prestados miles, y a veces cientos de miles, para títulos en universidades de renombre (y de no tanto renombre), con la idea de que cuando lleguen al otro lado, con el diploma en la mano, el mundo del empleo sea su ostra.
Aparte de los contactos que uno hace en las universidades de la Ivy League, o en Stanford o en cualquier State U, ¿qué sentido tiene? Años de productividad perdida, montañas de deudas y un pedazo de papel que probablemente no tenga nada que ver con las habilidades laborales necesarias en este siglo.
El profesor X, instructor de inglés en una universidad comunitaria se ve asaltado por las similitudes entre las burbujas inmobiliaria y educativa. En su libro, titulado In the Basement of the Ivory Tower: Confessions of an Accidental Academic, X escribe: “Yo, que me siento víctima del esquema piramidal original de la propiedad inmobiliaria (…) he usado el esquema piramidal educativo, el redefinición de quiénes son los estudiantes universitarios, para mi propia salvación”.
Thiel y su socio director del Founders Fund, Luke Nosek, han decidido salvar de las arenas movedizas de la universidad a 20 adolescentes con talento y pagarles 100.000$ a cada uno durante dos años para que creen empresas en lugar de asistir a las clases, ir a los partidos fútbol y acumular deuda en préstamos para estudios. Thiel lo llama “quedarse fuera de la escuela”.
Vendrán buenas cosas de estos “20 con menos de 20”. Pero del resto de los millones que quedan en los campus (y en las escuelas universitarias e institutos), pocos están aprendiendo a pensar y escribir, mientras que todos están ganando la máxima autoestima del mundo.
Ésta es la era de la información, y aún así la capacidad de comunicar no se está enseñando o no se está profundizando en ella. La profesora universitaria de inglés Kara Miller escribía en Boston.com que pocos de sus estudiantes han recibido formación sobre escritura en el instituto y que corregir los trabajos de los estudiantes requiere tanto tiempo que la tarea era virtualmente abrumadora. Cita a Vartan Gregorian, antiguo presidente de la Universidad de Brown, que comprende correctamente que “la capacidad de leer, entender y escribir (en otras palabras, de organizar información como conocimiento) debe verse como equivalente a una capacidad de sobrevivir”.
En un artículo que cuestiona la necesidad de que las universidades ofrezcan posgrados en economía, David Glenn escribe que los empresarios están buscando “gente de 22 años que puedan escribir coherentemente, pensar creativamente y analizar datos cuantitativos y se contentan perfectamente con contratar a posgrados en inglés o biología”.
Sí, los hechos y las cifras están a un clic. La capacidad de usar, entender y comunicar esos hechos es lo que debe enseñarse y no se está haciendo actualmente. Y no hace falta un ejército de 8 millones y un presupuesto de 1 billón de dólares y subiendo para hacerlo.
Libertad frente a democracia
Libertad frente a democracia
Por Rose Wilder Lane.
Introducción de Jörg Guido Hülsmann
Los años de la guerra habían traído dificultades económicas a Mises y si alguna vez se hizo ilusiones acerca del estado del pensamiento estadounidenses antes de venir a Estados Unidos en 1940, sin duda las perdió al acabar la guerra. La opinión pública estadounidense estaba completamente bajo el influjo del estatismo. Y como consecuencia las viejas libertades estadounidenses estaban en el punto más bajo de su historia.
Pero las fuerzas de la resistencia estaban emergiendo lentamente. Había un semillero de oposición libertaria, una red de líderes (pensadores y organizadores, a veces en unión personal) que estaban preparando el contraataque. Un historiador ha calificado a esos años “el nadir de del pensamiento individualista y jeffersoniano en Estados Unidos”.[1] Aún así el nadir existía solo en la práctica política. El pensamiento ya no estaba desorganizado, sino en la fase inicial de un resurgimiento a largo plazo. Es verdad que estos pensadores y organizadores estaban aún dispersos. Solo tenían que encontrarse.
Con el seminario de la NYU, la FEE y los organizadores y editores individuales como Frederick Nymeyer, Mises disfrutó por primera vez en su vida de una red verdaderamente agradable de alumnos y patrocinadores. Siempre había sido un intelectual respetado, pero pocos de sus lectores y socios apreciaban realmente el tono antiestatista radical de sus teorías. Esto resultaba particularmente cierto en el caso de los neo-liberales, que se enorgullecían de sus posturas pragmáticas y de sus buen sentido por querer que el gobierno se hiciera cargo de crear competencia.
Las cosas eran completamente distintas en el círculo de sus nuevos amigos. Mucha de la gente que llegaba a Mises a través de su seminario en la NYU y la FEEE eran incluso más libertarios que él. De repente era Mises quien en varias ocasiones resultaba representar la postura más estatista en su seminario. Libertarios estadounidenses como Leonard Read y R.C. Hoiles ponían un gran énfasis en la definición de la libertad política en términos de no iniciación de fuerza.
Esta perspectiva quedaba completamente fuera de la aproximación utilitaria de Mises a los problemas políticos. Creía que la cuestión de quién iniciaba la fuerza era políticamente irrelevante porque difícilmente podría llegarse nunca a un acuerdo sobre ello. La única cuestión relevante era si la iniciación de la fuera era apropiada para alcanzar el fin de la persona actuante, incluso si su acción era de alguna forma incorrecta desde un punto de vista ético.
Otro punto de desacuerdo, aún más sustancial, entre Mises y muchos libertarios estadounidenses era la cuestión de la democracia. Mises llegaría a probar el gusto particular estadounidense de hostilidad a la democracia en un intercambio de cartas en 1947 con Rose Wilder Lane. Aparentemente habían quedado a comer y Lane tenía la impresión de que Mises creía que compartían la misma opinión sobre los fundamentos. En la reunión ella no sintió que fuera el momento correcto para empezar una discusión sobre el asunto, pero le escribió más tarde para aclarar las cosas:
(…) como estadounidense, por supuesto me opongo esencialmente a la democracia y a cualquiera se abogue o defienda la democracia, que en la teoría y la práctica es la base del socialismo.
Es precisamente la democracia la que está destruyendo la estructura política, la ley y la economía estadounidenses, como dijo Madison que haría y como profetizó Macauley que haría de hecho en el siglo XX.[2]
Mises ni siquiera se preocupó del asunto, pero observó que nunca había conocido a gente que calificara a sus escritos como “cosas” y “sinsentidos”, como había hecho Lane en una crítica de sus libros. Y por eso durante más de dos años, después de los cuales se reanudó el debate en términos más civilizados, probablemente a causa de la amistad de Lane con Howard Pew. La principal objeción de Mises a Lane era que ella le había entendido mal. Él nunca había defendido ningún régimen concreto de democracia parlamentaria. Simplemente destacaba el hecho de que todos los sistemas políticos dependen en último término de la opinión de la masa.[3]
Los amigos estadounidenses de Mises estaban en desacuerdo y la discusión y correspondencia entre ellos quedó inconclusa. Pero la confrontación entre el intelectual austriaco y sus lectores y alumnos estadounidenses sería una fuerza motora en el desarrollo de la teoría libertaria.
La postura de Mises sobre la importancia de la democracia liberal puede encontrarse en su libro Liberalismo.
Rose Wilder Lane resume sus objeciones a la democracia en su libro The Discovery of Freedom:
“Democracia”, por Rose Wilder Lane
Washington, Jefferson, Franklin, John Adams, Madison y Monroe temían a la democracia.
Eran hombres cultos, Excepto Franklin (autodidacta), todos tuvieron la educación de un caballero inglés. Es decir, la filosofía y la historia de todo el pasado europeo se había instalado en su cabeza antes de que tuvieran doce años. Por tanto eran suficientemente mayores como para pensar por sí mismos, tenían miles de años de experiencia con todas las formas de gobierno en las que pensar.
Este conocimiento se consideraba entonces necesario para cualquier hombre cuyo nacimiento le diera derecho a tomar parte en el gobierno de su país.
También conocían el significado de cada palabra que usaban: conocían su raíz griega, latina o anglosajona. Hasta hace cuarenta años, este conocimiento se consideraba aún de primera importancia en las escuelas estadounidenses. Todo alumno, con trece y catorce años, aprendía etimología como había aprendido a deletrear con seis, repitiendo incesantemente hasta que los hechos se fijaban en su mente.
Hoy la confusión del significado de las palabras en estaos Estados Unidos es un peligro para el mundo entero. Pocas escuelas estadounidenses ya obligan a un alumno a diseccionar sus palabras hasta sus raíces y saber qué quiere decir cuando habla. Y durante veinte años los disciplinados miembros del Partido Comunista en estos estados han estado siguiendo deliberadamente la orden de Lenin: “En primer lugar, haced confuso el vocabulario”.
El pensamiento solo puede realizarse con palabras. Un pensamiento adecuado requiere palabras de significado preciso. La comunicación entre seres humanos es imposible sin palabras cuyo sentido preciso se entienda de forma generalizada.
Haced confuso el vocabulario y la gente no sabrá lo que pasa: no podrá comunicar una alarma, no podrá lograr ningún fin común. Haced confuso el vocabulario y millones se verán indefensos contra un número pequeño y disciplinado que saben que quienren decir cuando hablan. Lenin tenía cerebro.
Hoy, cuando oímos la palabra “democracia” ¿qué significa?
Estados Unidos, por supuesto; e Inglaterra, la Commonwealth británica, el imperio británico, Noruega, Suecia, Dinamarca y Bélgica, parte de Francia, Finlandia cuando los rusos atacan a los fineses, pero no cuando los fineses atacan a Rusia; Rusia cuando los rusos atacan a los alemanes pero no cuando Stalin firma un pacto con Hitler; los reinos y dictaduras de los Balcanes; y la seguridad económica y seguro obligatorio y el sistema de retención de recoger las cuotas de los sindicatos; y la vecindad y el sentido único estadounidense de la igualdad humana y un voto para todos y el socialismo y el comunismo y la causa española por la que lucharon republicanos, demócratas, socialistas, sindicalistas, anarquistas y comunistas rusos y estadounidenses, y la libertad y los derechos humanos y la dignidad humana y la decencia común.
Es decir, la palabra no tiene significado. Su significado se ha destruido.
Fue en un tiempo una palabra sólida. Es una palabra necesaria, porque ninguna otra tiene su significado real. Demo-cracia significa el gobierno del Pueblo; mientras que la monarquía significa el gobierno de uno (una persona).
El demos, el Pueblo, era una fantasía imaginada por los antiguos griegos en su búsqueda de la Autoridad que (imaginaban) controlaba a los hombres. A esta fantasía le asociaron el significado de Dios, que siempre se asocia a toda forma de Autoridad y aún hay gente que cree que “la voz del Pueblo es la voz de Dios”.
El Pueblo no existe. Todo grupo de personas estás compuesto por personas individuales.
Así que, en la práctica, cualquier intento de establecer la democracia es un intento de hacer que una mayoría de personas en un grupo actúe como gobernante de ese grupo.
Piensen en ello por un momento, no en abstracto, sino aplicado a su propia experiencia en grupos de personas vivas que conozcan y entenderán por qué ha fracasado todo intento de establecer una democracia.
Por supuesto, no hay razón para suponer que la regla de la mayoría sea deseable, incluso si fuera posible. No hay moralidad o eficacia en simples números. No es más probable que noventa y nueve personas tengan razón que una.
En los Papeles Federalistas, Madison exponía la razón por la que cualquier intento de establecer una democracia crea rápidamente un tirano:
Una democracia pura puede no tener solución para los males de la facción. Una pasión o interés común puede sentirse por la mayoría y no hay nada para controlar la inducciones al sacrificio de la parte más débil. Por esto las democracias siempre han resultado incompatibles con la seguridad personal o los derechos de propiedad y, en general, han sido tan breves en sus vidas como violentas en sus muertes.
El caballero que tomó la responsabilidad de salvar la Revolución Americana temía que la democracia acabara con ella. Los estadounidenses desconocidos, los Ebenezer Fox, habían estado luchando contra la Autoridad durante años; cada uno estaba determinado a “hacer lo que era justo a mis propios ojos”. Pero no sabían latín o griego, no sabían nada de los trabajos anteriores para hacer que la democracia funcionara y gritaban democracia.
Por otro lado, los grandes terratenientes, banqueros, ricos mercaderes y un una cosecha que creía fuerte de corruptos y especuladores rapaces, liderada por Alexander Hamilton, el ilegítimo aventurero de las Indias occidentales que también era un genio, demandaban una monarquía estadounidense.
Lo revolucionarios reales, cuando firmaron la Declaración de Independencia y de libertad individual, estaban actuando no solo para ganar una guerra contra todo pronóstico, sino para crear un tipo de Gobierno completamente nuevo.
Se enfrentaban al poder armado del Imperio Británico, con trece colonias desorganizadas y enfrentadas a sus espaldas y dos peligros amenazándoles: la monarquía y la democracia.
No decían nada acerca del Pueblo. No repetían ninguna tontería acerca de la Ciencia y la Ley Natural y la Edad de la Razón. No se entusiasmaban con la naturaleza noble del Hombre Natural. Conocían a los hombres. Eran realistas. No se hacían ilusiones sobre los hombres, pero sí sabían que todos los hombres son libres.
Se oponían tanto a la monarquía como a la democracia, porque sabían que cuando los hombres establecen una Autoridad imaginaria armada con la fuerza, destruyen toda oportunidad de ejercitar su libertad natural.
Hombres cultos, habían estudiado los muchos intentos de establecer la democracia. Los resultados se conocían hace dos mil quinientos años en Grecia. La democracia no funciona. No puede funcionar, porque todos los hombres son libres. No pueden transferir su inalienable vida y libertad a nada ni a nadie fuera de sí mismos. Cuando tratan de hacerlo, tratan de obedecer a una Autoridad que no existe.
No importa qué se imaginan que es la Autoridad: Ra o Baal o Zeus o Júpiter; Cleopatra o el Mikado; o la Necesidad Económica o la Voluntad de las Masas o la Voz del Pueblo; el hecho terco es que no hay Autoridad de ningún tipo que controle a los individuos. Éstos se controlan a sí mismos.
Cualquiera en un grupo libre puede decidir renunciar a su propia idea y unirse a la mayoría. Si no quiere hacerlo, puede salirse del grupo. Es un uso de la libertad, un ejercicio de responsabilidad autocontrolada.
Pero cuando un gran número de individuos cree falsamente que la mayoría es una Autoridad que tiene derecho a controlar a los individuos, deben dejar que una mayoría elija a un hombre (o unos pocos hombres) para que actúe como Gobierno. Creerán que la mayoría ha transferido a eso hombre el derecho mayoritario a controlar a todos los individuos que viven bajo ese gobierno. Pero el Gobierno no es una Autoridad controladora: el Gobierno es un uso de la fuerza, es la policía, el ejército; no puede controlar a nadie, solo puede entorpecer, restringir o detener a quien use su energía.
Como dice Madison, alguna pasión o interés dominará a una mayoría. Y como una mayoría apoya al gobernante que elija una mayoría, nada controla su uso de la fuerza contra la minoría. Así que el gobernante de una democracia se convierte rápidamente en tirano. Y ése es el cambio y muerte violenta de la democracia.
Ocurre siempre, invariablemente. Es tan seguro como la muerte y los impuestos. Ocurrió en Atenas hace veinticinco siglos. Ocurrió en Francia en 1804, cuando una abrumadora mayoría eligió al Emperador Napoleón. Ocurrió en Alemania en 1932, cuando una mayoría de alemanes (dominados por una pasión común por la comida y el orden social) eligió a Hitler.
Madison explicó el hecho histórico: en democracia no hay nada que controle las inducciones al sacrificio de la parte más débil. No hay protección a la libertad. Por esto las democracias siempre destruyen la seguridad personal (la Gestapo, los campos de concentración) y los derechos de propiedad (¿qué derechos de propiedad hay ahora en Europa?) y son tan breves en sus vidas como violentas en sus muertes.
Tropa de Elite II, un must see libertario
Tropa de Elite II, un must see libertario
Luego del revuelo provocado por la primera película, Tropa de Élite (2007), y a pesar del éxito obtenido con esa narrativa, el director José Padilha nos presenta una segunda parte totalmente nueva.
La trama comienza con el Capitán Nascimento saliendo de un hospital y dirigiéndose a una emboscada; a partir de ese momento, nos relata cómo había llegado a esa situación. “O enemigo agora é outro (2010)” (El enemigo ahora es otro) es el plot que se irá desarrollando en esta entrega de la saga que se vuelve más madura, con más drama y decididamente política. Una jugada, sin dudas, arriesgada por parte del director, quien, si bien pudo haber apostado por la misma fórmula muy exitosa con la anterior película, decidió dar un giro a su enfoque sacando una obra –aunque aún con ciertas evidentes pretensiones taquilleras– mucho más auténtica. Así que lo primero que les aconsejo es desprenderse del deseo de encontrar la misma dosis de crudeza, acción y violencia que en la primera, ya que podrían terminar perdiéndose de muchos otros aspectos más interesantes.
La película no tiene cambios en la conformación del elenco respecto a la primera pero agrega nuevos actores que darán vida a personajes, algunos más logrados que otros, y también otros pintorescos pero quizá frecuentes en la fauna social latinoamericana: un gobernador sin la más mínima ética, un conductor de TV manipulador, un oficial de policía absolutamente inmoral, un bienintencionado defensor de los Derechos Humanos, un adolescente que no termina de entender la justificación de la violencia.
Pero lo valioso de la película y lo que hace que esté reseñada en este sitio se encuentra en el desarrollo de la trama, de la cual no quiero revelar mucho para no arruinarles la película, pero creo que aún así podría citar algunas cosas.
Lo primero es que todo sudamericano – y alguno más que otro– encontraría fatales coincidencias en lo que a realidad social refiere, pues la película desnuda con precisión la corrupción generalizada de las instituciones públicas, desde la Policía hasta el Congreso.
Segundo, el manejo desvergonzado de las decisiones políticas que no tienen otra finalidad más que continuar con esa trágica situación. Esto último parece encontrarse perfectamente retratado en el cuento de Murray N. Rothbard traducido por el compañero Daniel, donde desde una visión menos ingenua de la que estamos acostumbrados, se hace fácil prestar atención a las verdaderas intenciones de los diversos actores políticos que terminan sacando formidable provecho de la miserable condición en que viven las personas de las favelas.
Otro elemento encontrado es la manipulación fácil y grosera de la opinión pública llevada a cabo principalmente a través de los medios masivos de comunicación, donde luego la adhesión a las diferentes posturas ya ni siquiera pasa por un filtro racional. Después veremos cómo el abrumador poder que reside en ese consentimiento, sea explícito o implícito puede tener consecuencias irrevocables…
Es cuando se pone uno a valorar todo lo expuesto en la película es capaz de apreciar el coraje que implica divulgar tales cuestiones, y es en esa mirada aguda y en ese clamor que denuncia la agresión e injusticia propiciadas y respaldadas por la naturaleza monopólica y coercitiva del Estado donde radica la postura evidentemente anti sistema de la película.
También es destacable que la obra tampoco se agota en un fatalismo trágico sino que a través de la entereza e individualidad del Capitán Nascimento - que no se conforma con las reglas del sistema y prefiere rebelarse asumiendo los riesgos que implique – nos permite creer que a pesar de todas las desgracias y aún entre tanto caos, existe esperanza de encontrar verdad.
Volviendo al aspecto artístico -y finalizando así la reseña-, probablemente la película falle en ciertos aspectos secundarios. Como por ejemplo en coincidencias inverosímiles puestas en el guión, muertes estúpidas de personajes conectados con la audiencia, que no se termine de explotar la potencialidad que brinda abordar historia desde un eje más dramático, o que simplemente le deje bien parado a un zurdo… bueno, sobre el último punto quizá bromee, pero lo que no es broma es otro de los mensajes que deja –y que es el que personalmente más aprecio – y que señala que el enemigo más peligroso quizá no sea el que está con un cuchillo escondido en un barrio marginal sino probablemente el que está con una corbata y un bolígrafo gozando el respeto de la mayoría.
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La práctica anarcocapitalista
La práctica anarcocapitalista

Escrito por Miguel A. Pazos
El anarcocapitalismo tiene una coherencia teórica envidiable, y es un sistema perfectamente viable. Sin embargo, hay cosas de por medio que siempre lo impedirán, como el Estado. Lo importante ya no es la teoría, lo importante es: ¿y la práctica?
Rothbard y demás anarcocapitalistas han demostrado con creces que su teoría económica – al igual que la de la Escuela Austríaca al completo – es una de las más certeras y concretas de todos los tiempos. Sin embargo, la línea anarcocapitalista sigue su propio hilo, uniéndose a él personas que defienden el anarcocapitalismo viniendo de otro camino, caso de David Friedman – hijo de Milton – que lo defiende desde un punto de vista utilitarista.
A pesar de que me parece un error el utilitarismo, ha sido este último quien más ha hecho por acercar el anarcocapitalismo a la práctica, aplicando lo que todo pensamiento necesita: alejarlo por un instante de la teoría y acercarlo a la realidad. Puede tener sus fallos y sus aciertos, pero no se le puede negar la honestidad intelectual de la que ha hecho gala en los últimos años dedicados a ello.
De esta forma, nos encontramos que David Friedman va más allá que Rothbard en el terreno de la práctica: aceptando la existencia del Estado (algo, a mi parecer, esencial, porque hay alguno que ni eso), considera útil en la consecución de una sociedad completamente libre la desregularización gradual y progresiva de diferentes aspectos. Por lo tanto, aceptaríamos bonos del Estado como, por ejemplo, el cheque escolar, como medio de paso a la consecución de dicha sociedad libre y sin trabas.
Creo que sería una gran forma de perseguir este fin. No obstante, se hace muy difícil en una sociedad democrática donde cada 4 años cambia un gobierno y, por lo tanto, cambia la forma de intervenir. Y más en España, donde el partido que se supone representa al centro-derecha no se atreve a poner sobre la mesa el cheque escolar. De nuevo nos damos de morros con la práctica.
Cae, a mi parecer, en otro error Friedman al alejarse de las concepciones iusnaturalistas. Un liberal debe y tiene que defender el Derecho natural del individuo, sobre todo después de la influencia que el positivismo jurídico de Kelsen tuvo durante el siglo pasado, dando lugar a una concepción jurídica donde no existían derechos inherentes a los individuos, y donde solamente el Estado podría crear Derecho.
Lo más meritorio de los Friedman – tanto Milton como David – es su virtuosismo como divulgadores. Pese a que los dos flaquean frente a la Escuela Austríaca, ambos fueron unos excepcionales publicistas del movimiento liberal, lo cual es de agradecer. Yo creo que eso es lo que le faltó – y falta – a la Escuela Austríaca: un buen orador para diferentes públicos. Lo más cercano a eso fue Hayek, que fue el gran divulgador, y fruto de ello recogió el premio Nobel de Economía del 74 y se popularizó su frase-dedicatoria en memoria de los “socialistas de todos los partidos”.
En cualquier caso, el anarcocapitalismo es todo lo contrario del marxismo. Mientras el primero tiene una teoría perfectamente viable – aunque mediante pasos graduales, insisto – y no es posible en la práctica por temas ajenos a él que hay que pulir, el marxismo es un error intelectual y fue posible en la práctica, pero demostrando precisamente que era un error. Mientras tanto, algunos seguiremos investigando en diferentes maneras de poder aplicar el anarcocapitalismo en la práctica.
Ciudades privadas: Métodos para una sociedad libre

Escrito por Luis Eduardo Barrueto
Una reciente discusión acerca de la viabilidad de la política como medio para avanzar la libertad, me hizo recordar cómo descubrí que hay más métodos que no necesariamente requieren la sola participación política para lograrlo, sino opciones de creciente importancia que involucran el uso ingenioso del marco legal y la tecnología para el beneficio de la humanidad. Esta es una serie titulada “Métodos más allá de la política”, que inicia hablando de ciudades charter y continúa con la colonización de los mares.
Me opongo fehacientemente a la imposición fiscal, a la expoliación de la propiedad, a la metodología de algunos de colectivizar a los seres humanos, que nacen, crecen y se desarrollan individualmente. Favorezco, por el contrario, la libertad como una precondición necesaria para que grandes cosas puedan existir.
Desde este sitio he estado defendiendo las ideas que favorecen la libertad de las personas, y por lo mismo, la responsabilidad individual sobre las acciones propias, con el propósito de hacer que seamos más y más los que pensamos afín. Sin embargo, no puedo evitar sentir como que estoy cantándole a los miembros del mismo coro.
Recientemente me he topado con métodos que varias personas han identificado como viables para llevar este choque de ideologías a una nueva arena, más allá de la participación política, más allá de la transmisión de ideas (labor a la que continuaré dedicándome) a través de los medios, a través del mejoramiento del sistema educativo y demás.
Charter Cities
Una charter city es la creación de una ciudad con un fuero autónomo del Estado, por ello lo de charter traducido del inglés como “fuero” o “cédula”, que sirva como ciudad modelo y polo de desarrollo dentro de una región para que gente en estado de pobreza o subsistencia media pueda escapar de sus medios convencionales (léase: agricultura).
Las charter cities dejan que las personas puedan mudarse a un lugar regido por reglas que provean seguridad, oportunidades económicas y una mejor condición de vida. También permiten que se mejoren los métodos de gobierno y que se generen proyectos de infraestructura o que sean socialmente beneficiosos. Todo ello puede o no tomar lugar dentro de estos marcos normativos que, en general, buscan que se respeten los derechos individuales.
Lo único que hace falta es una pieza desocupada de tierra y un acta constitutiva. El material humano llegará ulteriormente, atraídos por las oportunidades de trabajar bajo las reglas que la carta constitutiva especifique. Un elemento clave es permitir el tráfico tanto de entrada como de salida a estas ciudades.
Una ciudad es la escala perfecta para implementar nuevas reglas, porque puede permitir que millones de personas trabajen y produzcan dentro de un trozo de tierra considerablemente pequeño, además de que puede diferir, en cuanto al marco normativo, con sus socios comerciales. La urbanización es el elemento concreto gracias al cual podemos visualizar el éxodo del campo hacia las ciudades; una transformación inevitable y cada vez más acelerada. La calidad de vida de todas estas vidas dependerán inevitablemente del marco legal o los principios básicos que los rijan.
La falta de los mismos es lo que provoca que la gente actualmente se mude a ciudades disfuncionales, donde escasea el agua corriente, los índices de criminalidad son altos, la estabilidad laboral es poco común y haga falta un sistema de drenajes adecuado. La ausencia de reglas claras es lo que provoca que estas ciudades evolucionen hacia un estado mejor, donde el cambio venga desde adentro.
Las charter cities únicamente son un atajo hacia reglas más claras y mejor elaboradas. En última instancia esto es lo más importante para permitir que la sociedad, tan dinámica como es, pueda desarrollarse más y mejor. Un ejemplo muy claro es Hong Kong, con un “juego” de reglas mucho mejores que las del resto de la República Popular China, pero que ha tenido tanto éxito que ha permeado en el sistema que rige esta última y se ha puesto en práctica en otras ciudades portuarias. La más importante de ellas es Shanghai.
Para más información, Paul Rommer, economista graduado de Stanford fundó el sitio Chartercities.org para reunir recursos y casos de estudio al respecto. Échele un vistazo.
Seasteading
Este vocablo en inglés, surgido de la contracción entre sea y homesteading, quiere decir literalmente “colonización del mar”. Es la creación de viviendas permanentes en el mar, fuera de los territorios reclamados por los gobiernos de cualquier nación. Intentos anteriores han consistido en plataformas petroleras e islas flotantes, por ejemplo, sin que nadie tuviera éxito en crear un estado en altamar que fuera reconocido como nación soberana.
Un antecedente directo es el principado de Sealand, que a pesar de que se autoproclama nación, no ha sido reconocida como tal por ningún país o entidad supranacional.
Legalmente, más allá de 200 millas náuticas o 370 km de las costas de los países, el mar no está sujeto a las leyes de ninguna nación. Existen varias organizaciones que aprovechan esta falla legal como radios piratas y grupos que facilitan procedimientos para practicar el aborto de manera legal y más segura que en los lugares donde está prohibido por la ley. Pero además, hay un instituto que tiene por propósito algo mucho más elaborado e interesante:
El Seasteading Institute
Fundado en 2008 por Patri Friedman, el Seasteading Institute con sede en Palo Alto, California, tiene como propósito construir plataformas marinas que permitan experimentar con modelos sociales, dada la dificultad de provocar cualquier forma de cambio significativo a través de la mera participación política y, aunque me duela decirlo, en la participación mediática.
En el Seasteading tienen la visión de algo muy parecido a la web, donde muchos pequeños gobiernos sirvan distintos nichos de mercado y donde el sistema sea dinámico y amigable a la experimentación (prueba y error). “Se toma y se copia lo que funciona y se descarta lo que no”.
“Piensa sobre los disensos políticos más grandes- libertad vs. seguridad, riqueza absoluta vs. desigualdad, fronteras abiertas vs. fronteras cerradas- que se deciden a través de la retórica y los votos de unos cuantos congresistas que deciden por décenas o cientos de millones de personas a la vez. Ahora imagina si pequeños grupos tuvieran la capacidad de probar sus propias ideas a pequeña escala y ver qué pasa. La gente podría crear sociedades con distintas prioridades y nosotros podríamos comprobar con rapidez qué tan bien funcionan esas ideas una vez puestas en práctica”.
El proyecto adquirió la atención mundial en 2008 luego de que Peter Thiel, fundador de PayPal e inversionista en varias compañías de internet como Facebook y Linkedin, invirtiera $500,000 en el instituto y hablara en defensa de su viabilidad en un artículo titulado “The Education of a Libertarian”. El instituto también recibió cobertura mediática de CNN, CBS, Wired Magazine y Reason Magazine.
Personalmente, conocí a Thiel el noviembre pasado cuando fue recipiente de un doctorado honorífico en la UFM y me encanta que sea uno de esos empresarios que actúan en base a principios libertarios y que realmente merece ostentar el título de héroe de la libertad. El artículo que escribió en Cato Unbound está super recomendado.
Diseñando ciudades flotantes
El instituto se enfoca en tres áreas principales, que son la construcción de una comunidad, la realización de investigación y la construcción del primer seastead fuera de las costas de San Francisco. En enero del año pasado, se patentó el diseño del ClubStead, una ciudad de más o menos una cuadra de tamaño que marca el primer gran paso en el desarrollo de la tecnología y la ingeniería que permitiría la realización del proyecto.
El punto es que las plataformas sean autosostenibles y que las innovaciones que permitirían vivir a tiempo completo en el mar sean descubiertas y desarrolladas. La evolución de la industria de los cruceros nos da pistas sobre que así sucederá con mucha probabilidad.
Por el momento, vemos que hay varios diseños para la construcción de las plataformas, tal como indica la cobertura de National Geographic y es interesante ver la posible línea del tiempo que el instituto ha trazado a futuro. Parece que la frontera de nuestra defensa de la libertad ha sido extendida más allá de los mares.
Impugnando el Estado
Impugnando el Estado

Escrito por Stefan Molyneux, traducido en Freedomain Radio en Español
Hay dos objeciones que son recurrentes cada vez que surge el tema de la disolución del Estado. La primera es que una sociedad libre sólo es posible si las personas son completamente buenas o racionales. En otras palabras, los ciudadanos necesitan un Estado centralizado porque existen personas malvadas en el mundo.
El primer – y más evidente – problema con esta posición es que si existen personas malas en la sociedad, también existirán en el Estado – y por tanto serán mucho más peligrosas. Los ciudadanos son capaces de protegerse a sí mismos contra malos individuos, pero no tienen ninguna posibilidad contra un Estado agresivo y armado hasta los dientes con la policía y el poder militar. Por lo tanto, el argumento de que el Estado es necesario porque existen personas malas es falso. Si existen personas malvadas, el Estado debe ser desmantelado, puesto que las personas malas serán atraídas a utilizar su poder para sus propios fines y, a diferencia de matones privados, las malas personas del estado tienen a la policía y al ejército para infligir sus caprichos sobre una indefensa (y normalmente desarmada!) población.
Lógicamente, existen cuatro posibilidades en cuanto a la distribución de buenas y malas personas en el mundo:
- Todos los hombres son morales
- Todos los hombres son inmorales
- La mayoría de los hombres son morales, y una minoría inmoral
- La mayoría de los hombres son inmorales, y una minoría moral
(Un perfecto equilibrio del bien y del mal es estadísticamente imposible)
En el primer caso (todos los hombres son morales), el Estado no es necesario, ya que el mal no puede existir.
En el segundo caso (todos los hombres son inmorales), no se puede permitir que exista el Estado por una sencilla razón. El Estado, en general se argumenta, debe existir porque hay gente malvada en el mundo que desea infligir daño a los demás, y que sólo puede ser restringida por temor al castigo del Estado (policía, cárceles, etc.). Un corolario de este argumento es que cuanta menos retribución teman estas personas, más daño van a hacer. Sin embargo, el propio Estado no está sujeto a ninguna fuerza; él mismo hace la ley. Incluso en las democracias occidentales, ¿cuántos agentes de policía y políticos van a la cárcel? Por lo tanto, si la gente mala desea hacer daño pero sólo puede ser reprimida por medio de la fuerza, la sociedad no puede permitir que el Estado exista, porque las personas malas de inmediato tomarían el control de ese Estado con el fin de hacer el mal y evitar el castigo. En una sociedad puramente malvada, pues, la única esperanza de lograr estabilidad sería un estado natural, en donde la tenencia de armas generalizada y el miedo a las represalias disuadirían de sus malas intenciones a los grupos en conflicto.
La tercera posibilidad es que la mayoría de las personas sean malas, y sólo unos pocas sean buenas. Si ese es el caso, entonces tampoco se debería permitir que exista el Estado, ya que la mayoría de las personas en control del mismo serían malvados, y dominarían sobre la minoría de buenas personas. La democracia, en particular, no debe permitirse, ya que la minoría buena de la población sería subyugada por la voluntad democrática de la mayoría malvada. Las personas malvadas, que deseen hacer el mal sin temor al castigo, inevitablemente tomarán el control del Estado, y utilizarán su poder sin restricciones. La gente buena no actúa moralmente porque teme represalias, sino porque aprecia el bien y la paz mental – y, por lo tanto, a diferencia de la gente malvada, tiene pocos deseos de controlar el Estado. Así pues, en tal caso el Estado estará controlado por una mayoría de gente malvada, y decidirá sobre todos en detrimento de las personas morales.
La cuarta opción es que la mayoría de las personas son buenas, y sólo unas pocas personas son malvadas. Esta posibilidad está sujeta a los mismos problemas antes mencionados: las malas personas siempre quieren hacerse con el control del Estado, a fin de protegerse de las represalias. Esta opción, sin embargo, cambia la apariencia de la democracia: dado que la mayoría de las personas son buenas, los malos deberán mentir para obtener el poder, y luego, tras conseguir un cargo público, inmediatamente romperán sus promesas y llevarán a cabo sus corruptos programas, haciendo cumplir su voluntad mediante la fuerza policial y militar. (Por supuesto, esta es la situación actual en las democracias.) De este modo, el Estado se transforma en la máxima recompensa para los hombres malvados, quienes rápidamente ganarán control de su extraordinarios poder – por lo que tampoco puede permitirse la existencia del estado en este escenario.
Es evidente, entonces, que no hay una situación en virtud de la cual a un Estado pueda, lógicamente, permitírsele existir. La única justificación posible para la existencia del Estado sería que la mayoría de los hombres fueran malos, pero todo el poder del Estado estuviera siempre controlado por una minoría de hombres buenos. Esta situación, aunque interesante en teoría, no se sostiene lógicamente por los siguientes motivos:
- Los hombres malvados, siendo mayoría, rápidamente obtendrían mas poder al votar en contra de la minoría, o llegarían al poder a través de un golpe;
- No hay forma de asegurar que sólo la gente buena siempre manejará el Estado;
- No hay absolutamente ningún ejemplo de algo semejante en ninguno de los oscuros anales de la brutal historia del Estado.
El error lógico que siempre es hecho en la defensa del Estado es el imaginar que toda sentencia moral colectiva se debe aplicar a los ciudadanos pero no se están aplicando también al grupo que rige sobre ellos. Si el 50% de las personas son malas, entonces por lo menos el 50% de las personas tomando decisiones sobre la sociedad son malas (y probablemente sean más, ya que la gente mala siempre es atraída al poder). Por lo tanto, la existencia del mal nunca puede justificar la existencia del Estado. Si no hay mal, el Estado es innecesario. Si el mal existe, el Estado es demasiado peligroso para que se le permita su existencia.
¿Por qué siempre se cae en este mismo error siempre? Hay una serie de razones, que sólo pueden ser abordados aquí. La primera es que el Estado es presentado a los niños en forma de maestros de las escuelas públicas quienes son considerados autoridades morales. Así es que se hace la asociación de la moral y la autoridad con el Estado por primera vez, que se refuerza a través de los años mediante la repetición. La segunda es que el Estado nunca le enseña a los niños acerca de la raíz de su poder, la fuerza, pero en cambio pretende ser sólo una institución social, como un negocio o una iglesia o una organización de beneficencia. La tercera es que la prevalencia de la religión siempre ha cegado los hombres de los males del Estado, por lo qué el Estado siempre ha sido tan interesado en promover los intereses de las iglesias. En la visión religiosa del mundo, el poder absoluto es sinónimo de bondad perfecta, en la forma de una deidad. En el mundo político real de los hombres, sin embargo, el aumento de poder siempre significa aumentar el mal. Con la religión, también, todo lo que ocurre debe ser para el bien – por lo tanto, la lucha contra la usurpación del poder político es la lucha contra la voluntad de una deidad. Hay muchas más razones, por supuesto, pero estas son algunas de las más profundas.
Se mencionó al principio de este artículo que las personas en general hacer dos errores cuando se enfrenta a la idea de la disolución del Estado. La primera es creer que el Estado es necesario porque existe gente malvada. La segunda es la convicción de que, en ausencia de un Estado, cualquiera de las instituciones sociales que surgen inevitablemente tomará el lugar del Estado. Por lo tanto, la solución de las organizaciones de resolución de conflictos (DRO), compañías de seguros y fuerzas de seguridad privadas son todos posibles casos de cáncer que se hinchan y abrumar el cuerpo político.
Este punto de vista surge del mismo de error descrito anteriormente. Si todas las instituciones sociales están constantemente tratando de crecer en poder e imponer su voluntad sobre los demás, entonces por ese mismo argumento es que no se puede permitir que existan los Estados centralizados. Si se trata de una ley de hierro que los grupos siempre tratar de obtener el poder sobre otros grupos y personas, entonces la lujuria por el poder no terminará si uno de ellos gana, sino que se extenderá a través de la sociedad hasta que la esclavitud sea la norma. En otras palabras, la única esperanza de la libertad individual es la proliferación de grupos, cada uno con el poder de dañar unos a otros, y así todos teniendo miedo de los demás, y más o menos una sociedad pacífica por lo mismo.
Es muy difícil entender la lógica y la inteligencia del argumento de que, con el fin de protegernos de un grupo que pueda dominarnos, debemos apoyar a un grupo que ya nos ha dominado. Es similar al argumento estatal respecto a los monopolios privados – que los ciudadanos deben crear un monopolio del Estado porque tienen miedo de los monopolios. No hace falta una gran visión para ver a través de esas tonterías.
¿Cuál es la evidencia que apoya la opinión de que la descentralización y la competencia de poderes promueven la paz? En otras palabras, ¿hay hechos que podemos usar para apoyar la idea de que un equilibrio de poder es la única oportunidad que tiene el individuo para su libertad?
La delincuencia organizada no proporciona muchos buenos ejemplos, ya que por lo regular las bandas corruptas, manipulan y utilizan el poder de la policía estatal para hacer cumplir su voluntad, y entonces no se puede decir que estén funcionando en un estado natural. Un ejemplo más útil es el hecho de que ningún dirigente ha declarado la guerra a otro líder que posee armas nucleares. En el pasado, cuando los dirigentes se sentían inmunes a las represalias, estaban más que dispuestos a matar a sus propios pueblos para hacer la guerra. Ahora que ellos estén de por sí sujetos a la aniquilación, están solo dispuestos a atacar a los países que no pueden defenderse.
Se trata de una instructiva lección sobre por qué los líderes políticos requieren el desarme de la población y la dependencia de la misma – y un buen ejemplo de cómo el temor a represalias inherentes a un sistema equilibrado de la descentralización y de la competencia de poderes es el único método de lograr y mantener la libertad personal. Huir de fantasmas imaginarios entrando a las cárceles proteccionistas del Estado sólo asegura la destrucción de las libertades que hacen que la vida valga la pena ser vivida.
Contra la empresa pública

La gestión del estado escrito por Jorge Valín, economista español seguidor de la Escuela Austriaca y del Anarcocapitalismo.
“…no quiero prohibir al gobierno que haga nada, excepto impedir que los demás hagan algo que podrían hacer mejor que él”. -La desnacionalización del dinero. Friedrich A. Hayek
…Y por eso mismo, el estado ha de ser desmantelado. Cuando se trata de satisfacer las necesidades humanas mediante la producción en una sociedad donde predomina la división del trabajo, el Capitalismo es la única alternativa en términos de eficiencia y justicia moral. Este proceso no es gratuito ni causa de la fortuna, sino que es un proceso que ha permitido el aumento de la productividad, la creación de mayores técnicas de trabajo, el aumento de la población, aumento de la edad media de vida, mayor capacidad para combatir las enfermedades, mayores comodidades y bienestar… Pero cuando el estado intenta hacerse con esta riqueza, expropiando lo que legítimamente es del individuo, el proceso degenera y la gestión se vuelve imposible.
El mito de la gestión privada de las empresas estatales
Uno de los caballos de batalla económicos de los años noventa fue la privatización en la gestión de las empresas estatales. Con esto se pretendía que las cuentas públicas de aquellas empresas que maneja el estado estuviesen equilibradas. En otras palabras, no se pretendió convertir la gestión estrictamente privada, sino que simplemente se colocó a un contable privado en lugar de un funcionario. Algunos vieron en este cambio la solución a la ineficiencia estatal y un retorno al liberalismo (neoliberalismo según ellos mismos). La verdad es que este tipo gestión privada no es la mejor solución. Ni siquiera se puede definir como una solución aceptable.
Una vez el estado se ha apropiado de un bien no lo maneja en términos de eficiencia. El estado, por su propia naturaleza, es siempre ineficiente, por eso privatiza la gestión[1]. El estado es un aparato de fuerza, de coerción y represión que no ha de dar cuenta alguna por sus actos siempre y cuando justifique tales actos como herramienta para el bien común. En este sentido, el bien común no es el fin, sino que se ha convertido en el medio o herramienta para conseguir otros propósitos muy diferentes. Y es que el estado no sirve al ciudadano o a la mayoría, sólo vela por los grupos de presión y por él mismo.
Cualquier empresa privada que funcionase así no tardaría mucho en cerrar como veremos más adelante, pero el estado, goza de una fuente de recursos ilimitada que le otorga la fuerza y consentimiento general del que, por otra parte, no goza la empresa privada. Un claro ejemplo, es falta de transparencia. A la empresa privada se le han impuesto leyes para que sea más transparente, y cuando esta no cumple tales leyes es castigada y denunciada en los medios de comunicación. El estado, en cambio, no tiene transparencia alguna; sus cuentas son oscuras y difíciles de conseguir aunque curiosamente nadie denuncie este hecho.
Por más que se intente privatizar la gestión o medio—privatizar[2] una empresa pública al final quien paga a tales empresas privadas, o el que ejerce la toma de decisiones última, siempre es el estado. Por lo tanto, esta gestión privada es falsa o virtual en cuanto el estado siempre puede recurrir a la fuerza para conseguir sus propósitos (regular el sector, destituir o nombrar a consejeros o ejecutivos, aplicar nuevos precios o subir los impuestos para re–financiar a la empresa…). Esto, y la falta de transparencia pueden simular que la empresa pública sea sana; sólo ha de salir el ministro de turno y afirmar a los medios de comunicación que su gestión es equilibrada, y por más que mienta, demostrar lo contrario es arto difícil.
Un claro ejemplo lo hemos podido ver recientemente en el cambio de gobierno que ha habido en Cataluña (España) con la sanidad o proyectos de infraestructura. El actual gobierno tripartito ha denunciado que la sanidad está económicamente muy enferma, pero según el anterior gobierno sus cuentas eran “las más equilibradas desde el comienzo de la democracia” debido a la parcial privatización de la gestión[3]. Por otra parte, mientras que el antiguo conseller (cargo que equivale a ministro a nivel nacional) de obras públicas, urbanismo y transportes mantenía tener un cierto control, ahora se ha visto que tal “control” era debido a artificios contables. En realidad en su conselleria sólo gobernaba el derroche y el descontrol.
Evidentemente las empresas privadas también intentan salir bien en la foto de sus balances. Pero una empresa puramente privada no vive de sus cuentas, sino de la voluntad del consumidor y del capitalista. La empresa privada en cuestión puede hacer toda la contabilidad creativa que quiera, pero cuando el consumidor o el capitalista dejan de confiar en ella, la empresa cerrará dando paso a aquellas otras empresas que sepan escuchar mucho mejor a su demanda. Las empresas del estado, por el contrario, no tienen ningún compromiso con el consumidor directo, ni con el capitalista (contribuyente). Dicho de otra forma, lo que es la base esencial de toda empresa privada —la atención al cliente, y la gestión del capital como fuente escasa de recursos— en el caso del estado desaparece para ser substituida por la elevada visión del burócrata, o consejo de burócratas, dejando el mercado bajo la voluntad de un zar de la producción.
Cuando una empresa pública acumula continuas pérdidas porqué ha perdido el plebiscito del consumidor ésta no cierra, sino que por el contrario se le amplía la partida presupuestaria para ayudarla, y por lo tanto, se drena más precioso dinero a los particulares y empresas privadas. La gestión privada de las empresas del estado no evita este proceso que es el auténtico mal. ¿Qué sentido tiene pues la gestión privada de los bienes estatales? Ninguno. Tal gestión no evita el mal, sino que sólo disimila la cuenta de resultados.
Pactos contractuales y capital escaso
Esto nos lleva a otro punto: la financiación. El empresario privado tiene dos claros objetivos: conseguir satisfacer en lo máximo posible al cliente (consumidor) y tener contento al accionista y creditor (capitalistas). Todos los acuerdos que toma el empresario con estos dos son contractuales. El empresario no aplica la fuerza o el chantaje para que el consumidor sólo le compre a él (todo lo contrario que intentan hacer los gremios, leyes anti–monopolio…). El empresario tampoco amenaza a sus creditores o accionistas con encerrarlos en prisión o dañarles físicamente si se niegan a financiarle, sino que por el contrario el empresario, para conseguir ese preciado capital escaso ha de gratificar al creditor con intereses, y al accionista con dividendos, ampliaciones de capital liberadas, revalorizando sus acciones… En este proceso todos ganan gracias al puro proceso capitalista. El estado, en cambio, hace todo lo contrario.
El estado amenaza a su capitalista —erario público— con las leyes del legislador, la prisión o el daño físico. Si el pagador de impuestos se revela y persiste en defender lo suyo hasta las últimas consecuencias en contra de la extorsión estatal (impuestos), el estado no dudará en amenazarlo con cartas, asaltar sus cuentas bancarias e irlo a buscar y darle muerte si se defiende alegando que era un antisocial, un in–solidario o que no compartía lo que había ganado con la comunidad y que, encima, se intentó defender contra las fuerzas del orden.
Cuando el estado se enfrenta al consumidor el proceso toma otro camino, pero las consecuencias siguen siendo nefastas. Los políticos pueden decir lo que quieran referente a su voluntad de servir al consumidor (comunidad), pero lo único que cuentan son sus hechos; y estos, probadamente están en contra de lo que dicen. Su único objetivo es simular que se esfuerzan en la eficiencia de su tarea y tener contentos a los grupos de presión (que nunca representan al consumidor, sino a ellos mismos). Dotado del monopolio legal de la fuerza física, el estado convierte algo que es inimaginable en una economía puramente privada y libre: abolir los tratos contractuales, y transformar el capital en un bien casi libre. Esto último no sólo lo hace por medio de los impuestos, sino también, creando inflación crediticia.
El estado no sólo toma el dinero de los demás para redistribuirlo según su propio y arbitrario criterio, sino que además es capaz de expandir la oferta monetaria creando nuevo dinero a través de las emisiones de deuda. No está imprimiendo dinero de forma física pero con esas emisiones, y junto con los Bancos Centrales, diluyen la oferta monetaria, envileciendo la moneda para otorgarla a los grupos de presión (subvenciones, créditos a bajo interés…) o simplemente para gastarlo en sus objetivos (ejército, creación de más entes reguladores…). Este proceso rompe totalmente la estructura de capital dañando a las rentas más bajas y a las fijas (pensiones, asalariados…). Por el contrario, la naturaleza del mercado libre basa su distribución en la creación respaldada de capital puro, no sacado del aire. Y eso último, sólo se puede hacer por medio de un camino, el pacto contractual de la sociedad civil y libre mercado.
La gestión del estado (ya sea en manos privada o públicas) no tienen nada que ver ni con la eficiencia, en cuanto el propio y esencial axioma de toda gestión se basa en la redistribución del capital escaso y que el estado vulnera mediante la agresión; ni tampoco tiene nada que ver con la moral natural del hombre que el estado pisa sin contemplaciones.
Los proyectos faraónicos del estado
En el proyecto inicial del tren de alta velocidad español (AVE) iba a costar en total unos 1.600 millones de euros. Cuatro años después ese proyecto ya se había desviado del presupuesto más de un 70%. Desde aquel entonces hasta ahora, el proyecto aún sigue. Cualquier empresa privada ya habría cerrado o abandonado tal faraónico y nefasto proyecto ante las múltiples alternativas más baratas que actualmente existen al AVE[4]. La única explicación que tal proyecto se hiciese sólo es debida a las continuas aportaciones de fondos públicos.
Los faraónicos proyectos públicos no responden a necesidad alguna cuando existen otros medios más adecuados que lo suplen. La única función que tienen siempre estos proyectos, y el AVE es una prueba inequívoca, sólo es demostrar la fuerza política del burócrata para conseguir más electores o reforzar su ego personal. No es de extrañar, pues, que el ex–presidente del gobierno José Maria Aznar quisiera hacer pasar este tren por Valladolid (su ciudad natal). El problema de este gasto (al que algunos curiosamente llaman inversión) no es que saque recursos a las empresas privadas y las traslade a las públicas generando un beneficio adicional; sino que crean pérdidas netas totales, y esto es lo que veremos a continuación.
La función social del empresario y la función antisocial del estado
Necesariamente ahora hemos de recurrir a lo que Frédéric Bastiat llamó “lo que se ve y lo que no se ve”[5]. La gestión del estado, directa o indirecta, es siempre ineficiente. El estado no está alineado con su cliente, y por lo tanto, no puede conseguir mejoras en términos de calidad o precio de forma sustancial ni notable en la medida en la que sólo el mercado es capaz de avanzar: innovando constantemente. En lugar de eso el estado sólo actúa de forma directamente visible con leyes, mandatos y restricciones emanadas de su particular visión. Cada ley que el alto burócrata impone es un golpe a las libres decisiones de los agentes económicos y a la utilidad de sus clientes. Los proyectos faraónicos pueden parecernos que consiguen una gran meta social o de orgullo nacional, pero no crean, sino que restan recursos a las empresas que sí escuchan a sus clientes. Cada proyecto público son muchos proyectos privados destruidos y, por lo tanto, implican menos bienestar para el individuo o sociedad civil.
Las empresas públicas, por su propia estructura, carecen de la información necesaria para “oír” al cliente y sus necesidades. Los economistas estatistas defienden que esa no es la función de la empresa pública, sino que su función es la de proveer a aquellos consumidores sub–marginales de ciertos servicios, esto es, a los que están por debajo de las “rentas medias”. La realidad, pero, es que sólo el mercado libre es capaz de proveer completamente a estos consumidores, o actores sub–marginales y al resto sin más ayuda que su propio afán de lucro. Cuando vemos que una empresa pública da un servicio “gratis” lo celebramos, pero nada es gratis. Tal empresa pública ha tenido que sacar esos recursos de otra parte; y esos recursos han sido extraídos a los particulares y empresas.
El empresario tiene como función principal para su éxito adivinar, o escuchar, al consumidor para que éste le gratifique con su dinero. Si lo hace mal, el empresario quiebra y lo sustituirá otro empresario mejor preparado. Pero cuando el estado se apodera del mercado y toma por ley el monopolio de un sector, no hay lugar para el empresario privado. En este momento, el sector se vuelve estático, pierde el dinamismo que sólo el hombre libre puede darle. Esto reduce la competencia en sentido amplio encareciendo la estructura de capital de las fases últimas y previas del producto y servicio gradualmente (pero no uniformemente). Lo que parece no ver aquí el economista estatista es que, no sólo se está dando un servicio por debajo del que se habría llegado mediante la libertad de mercado, y que por medio de la libertad de los medios de producción habría satisfecho también a los actores sub–marginales, sino que el estancamiento que ha creado genera pérdidas netas al conjunto de la sociedad en la medida, no sólo de disminución de la productividad real, sino en la propia distorsión de la estructura del capital libre. En otras palabras, el empresario crea; el estado destruye.
La ineficiencia del estado
El estado, pues, al no estar orientado a su propio cliente, es incapaz de compensar o equilibrar siquiera el coste con el valor final. Puede privatizar tanto como quiera su gestión, pero llegará un momento en el que necesitará usar de su fuerza para retroalimentarse usando fuentes indirectas (impuestos o creando deuda). La gestión del estado, directa o indirecta, no puede garantizar empresas económicamente sanas. El estado se basa en el constante derroche, y de él, sólo emana déficit e ineficiencia.
La inmoralidad de las empresas estatales
Pero por otra parte, si lo que se pretende con las empresas estatales es que exista mayor justicia y abastecimiento para el mayor número de personas posible, la única solución (y por las mismas razones anteriores) es ir más allá de la simple apariencia y privatizar de forma rotunda los medios de producción. Más aún, el estado no sólo no cumple ninguna función social ni ética, sino que la contradice y la viola constantemente haciendo redistribuciones emanadas de la fuerza. Este uso de la fuerza además repercute directamente en la economía creando que los que están por debajo de las rentas medias jamás puedan llegar a mejorar su situación y el resto se empobrezca de forma gradual y continua. Por lo tanto, el estado no puede actuar ni en el campo económico ni político ni moral. Su función es muy clara: desaparecer.
Concluyendo, el estado intenta imponer un curioso sistema moral basado en la extorsión y el robo. El empresario, por su contra, sólo cierra acuerdos contractuales o de mutuo acuerdo con su cliente o capitalista. En los negocios privados, y debido a este contrato (aristotélico), todo el mundo gana. En ningún momento el empresario pretende tener una moral más elevada que su cliente ni robarle el dinero o su libertad para reasignárselo a otro o quedárselo el mismo; lo único que pretende, a igual que su cliente, es sacar el máximo provecho con el menor coste posible.
Notas al pie
[1] No es el momento de desglosar una a una las causas que conducen a tal conclusión ya que desbordaría el tema principal del presente artículo; por el momento nos satisfaremos con esta deducción parcial y meramente empírica.
[2] En la época de los noventa, también se privatizaron muchas empresas por medio de las OPV (oferta pública de venta). Lo único que hizo el estado fue liberar cierto capital al sector privado pero jamás liberalizo el sector de tales empresas ni privatizó en el sentido estricto la empresa que salía a Bolsa. El sector seguía, y sigue, estando regulado con precios máximos, leyes, tribunales de la competencia… También, en la mayoría de esas privatizaciones el estado mantuvo una golden share (acción de oro). Este paquete de acciones privilegiadas contradicen el sentido de “gestión” privada. La golden share da al gobierno el privilegio de tener la última palabra en la gestión de la empresa, por lo tanto, da igual lo que la junta de accionistas decida si el estado después hace uso de esta herramienta. En pocas palabras, la gestión sigue siendo del estado.
[3] El actual gobierno tripartito catalán, como solución al enorme déficit de la seguridad social catalana ha optado por la peor y más inteligible de las opciones: subir el impuesto de los carburantes (!). Esta curiosa solución ha indignado a los transportistas, pero el gobierno ya ha avisado que puede haber una compensación para este grupo —subvenciones—, con lo que aún desencajarán más la distribución económica. En otras palabras: la sanidad en manos del estado es ineficiente, como consecuencia traspasan los costes a otro sector que no tiene nada que ver con la sanidad (no es su cliente directo); pero como este se ha quejado, en lugar de enmendar su error, aún lo estropean más creando otro coste, una posible subvención, la cual será repercutida o pagada por los particulares y empresas que nada tienen que ver con el negocio del transporte ni directamente con la sanidad. Y si estos se quejan con el tiempo, entonces, y en época de elecciones, el gobierno optará por una solución mucho peor, menos transparente y más costosa aún, emitir deuda pública e hipotecar el futuro así de todos los ciudadanos. Evidentemente, la solución más fácil, barata y responsable, y no sólo por esto sino por muchísimas otras cosas más, habría sido privatizar totalmente la sanidad y devolver a la sociedad civil aquello que realmente es suyo.
[4] Se calculó el costo de transportar a una persona en 1 Km. en unos 0,13 euros frente a los 0,069 que costaba el avión, 0,054 del coche ó 0,04 del ferrocarril convencional. Datos de 1992, suponiendo una ocupación del 100%.
[5] Bastiat empieza su ensayo: “En el ámbito económico, un acto, un habito, una institución, una ley, no produce sólo un efecto, sino una serie de efectos. De éstos únicamente el primero es inmediato, y dado que se manifiesta a la vez que su causa, lo vemos. Los demás como se desencadenan sucesivamente no los vemos; bastante habrá con preverlos.
La diferencia entre un mal economista y uno bueno se reduce a que, mientras que el primero se fija en el efecto visible, el segundo tiene en cuenta el efecto se ve, pero también aquellos que es preciso prever.
Sin embargo, esta diferencia es enorme, pues casi siempre ocurre que, cuando la consecuencia inmediata es favorable, las consecuencias ulteriores resultan funestas, y viceversa.” Obras Escogidas de Frédéric Bastiat; Unión Editorial.
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