EL BENEFICIO DE FACEBOOK
Es habitual el debate acerca de como genera beneficios la red social Facebook. Sabemos que su público objetivo ronda los 600 millones de usuarios, pero, tal y como es característica de la Nueva Economía digital, usuario y cliente no es lo mismo. Ahora tenemos constancia de cómo transforman los chicos de Zuckerberg todo ese tráfico en dinero. Una cosa es que la red social por excelencia cuente con un grupo de inversores que han inyectado cientos de millones de dólares lo que ha generado un valor aproximado de US$50 mil millones según Goldman Sachs. También se dice que esos inversores han logrado que la compañía sobreviva y que sino hubiese sido por ello no podría haber alcanzado el punto de equilibrio. La dirección sin embargo asegura que hace dos años que con lo que ingresan soportan el volumen de gasto y que lo que perciben de manera externa es para crecer.
Tres son los mecanismos que están llenando las cuentas de Facebook: publicidad, acuerdos con terceras empresas y monedas virtuales. A continuación os dejo con la buena explicación de David Cuen en la BBC:
La mayor parte de la contribución a las finanzas de la empresa proviene de la publicidad. Facebook maneja tres diferentes tipos de anuncios en su sitio: publicidad dirigida -los anunciantes escogen a quién llegar-, anuncios interactivos -las empresas piden a los usuarios que hagan algo en su publicidad- y finalmente, los anuncios contextuales en los que se muestra cuáles de nuestros amigos gustan de cierta marca o producto.
Se estima que tan sólo en 2010 -y sólo incluyendo las dos primeras modalidades- la red social logró captar cerca de US$800 millones por este concepto. Pero la publicidad contextual -que fue introducida hace poco- podría pronto superar esa cifra, según los datos que compartió el director de ventas de Facebook en el Reino Unido, David Parfect.
De acuerdo con él, dicha publicidad es doblemente efectiva porque los usuarios confían más en sus amigos que en las empresas. “Si el usuario ve que un amigo gusta de un producto suele inclinarse más por hacer clic en él”, dijo. Muchas empresas están usando los anuncios publicitarios en la red social para llevar a los usuarios a su
comunidad dentro de las paredes de Facebook y no sólo redirigiéndolos a su sitio. Algunas han comenzado a implementar comercio electrónico dentro de la red social o integran sus productos al sitio para que la gente no vea una diferencia entre visitar su página o permanecer en Facebook.
Otra parte de sus ingresos proviene de acuerdos con terceras empresas como Microsoft, que vende publicidad dentro de la red social a partir de un acuerdo que ambas compañías firmaron en 2007. Dicho trato le generó a Facebook cerca de US$50 millones en 2009.
Pero la red social está extendiendo sus brazos a más terrenos. Uno de los que más está creciendo es su moneda virtual “Facebook Credits” que permite a los usuarios trasladar su dinero real a una “ciberdivisa” que les permite comprar suscripciones en juegos, adquirir bienes virtuales o regalos para sus amigos. La red social no ha revelado cuánto dinero le deja dicho modelo de negocio, pero los analistas estiman que en 2011 podría generarle más de US$100 millones.
Facebook ha creado una “ciberdivisa” para que los usuarios compren juegos y otros bienes virtuales. Parfect deja en claro además que esperan que “Facebook Deals” -el servicio que permite a sus usuarios recibir descuentos en negocios cercanos tras registrar su presencia en el servicio “Lugares”- siga creciendo, abriendo la puerta a más ingresos.
El director de ventas británico de la empresa aclara que la empresa no otorga la tecnología a las empresas para que realicen sus campañas de mercadotecnia. Simplemente les presta su plataforma, convirtiendo después esa presencia en anuncios publicitarios. Esas son sólo unas muestras de los modelos de negocio de la red social más grande del mundo. Parfect recuerda las palabras del fundador de su empresa, Mark , que hace poco dijo: “Sólo llevamos recorrido un 1% de nuestro camino”.
Facebook parece saber que en internet ninguna empresa tienen su futuro asegurado, por lo que están diversificando su negocio para generar ingresos en varias áreas de la esfera social que están construyendo y que, hasta ahora, les está dejando dinero
Keynes sobre la inflación
Keynes sobre la inflación
por Juan Ramón Rallo
El reciente artículo de Ángel Martín Oro me lleva hasta la siguiente cita de Keynes sobre la inflación en Las consecuencias económicas de la paz:
Lenin is said to have declared that the best way to destroy the Capitalist System was to debauch the currency. By a continuing process of inflation, governments can confiscate, secretly and unobserved, an important part of the wealth of their citizens. By this method they not only confiscate, but they confiscate arbitrarily; and, while the process impoverishes many, it actually enriches some. The sight of this arbitrary rearrangement of riches strikes not only at security, but at confidence in the equity of the existing distribution of wealth. Those to whom the system brings windfalls, beyond their deserts and even beyond their expectations or desires, become “profiteers,” who are the object of the hatred of the bourgeoisie, whom the inflationism has impoverished, not less than of the proletariat. As the inflation proceeds and the real value of the currency fluctuates wildly from month to month, all permanent relations between debtors and creditors, which form the ultimate foundation of capitalism, become so utterly disordered as to be almost meaningless; and the process of wealth-getting degenerates into a gamble and a lottery.
Bien está, pero tengamos en cuenta que Keynes era una persona que gustaba bastante de cambiar de ideas, incluso a niveles irreconciliables. De hecho, esto es lo que decía sobre la inflación en La Teoría General:
While a flexible wage policy and a flexible money policy come, analytically, to the same thing, inasmuch as they are alternative means of changing the quantity of money in terms of wage-units, in other respects there is, of course, a world of difference between them. Let me briefly recall to the reader’s mind the three outstanding considerations.
(i) Except in a socialised community where wage-policy is settled by decree, there is no means of securing uniform wage reductions for every class of labour. The result can only be brought about by a series of gradual, irregular changes, justifiable on no criterion of social justice or economic expediency, and probably completed only after wasteful and disastrous struggles, where those in the weakest bargaining position will suffer relatively to the rest. A change in the quantity of money, on the other hand, is already within the power of most governments by open-market policy or analogous measures. Having regard to human nature and our institutions, it can only be a foolish person who would prefer a flexible wage policy to a flexible money policy, unless he can point to advantages from the former which are not obtainable from the latter. Moreover, other things being equal, a method which it is comparatively easy to apply should be deemed preferable to a method which is probably so difficult as to be impracticable.
(ii) If money-wages are inflexible, such changes in prices as occur (i.e. apart from “administered “ or monopoly prices which are determined by other considerations besides marginal cost) will mainly correspond to the diminishing marginal productivity of the existing equipment as the output from it is increased. Thus the greatest practicable fairness will be maintained between labour and the factors whose remuneration is contractually fixed in terms of money, in particular the rentier class and persons with fixed salaries on the permanent establishment of a firm, an institution or the State. If important classes are to have their remuneration fixed in terms of money in any case, social justice and social expediency are best served if the remunerations of all factors are somewhat inflexible in terms of money. Having regard to the large groups of incomes which are comparatively inflexible in terms of money, it can only be an unjust person who would prefer a flexible wage policy to a flexible money policy, unless he can point to advantages from the former which are not obtainable from the latter.
(iii) The method of increasing the quantity of money in terms of wage-units by decreasing the wage-unit increases proportionately the burden of debt; whereas the method of producing the same result by increasing the quantity of money whilst leaving the wage unit unchanged has the opposite effect. Having regard to the excessive burden of many types of debt, it can only be an inexperienced person who would prefer the former.
Vamos, que la inflación es una confisación pero una confisación útil y justa.
El capitalismo depende del ahorro, no del consumo
El capitalismo depende del ahorro, no del consumo
por Juan Ramón Rallo
Uno de los mayores problemas de los que adolecen nuestros juicios económicos es que tratamos de elucubrarlos a la luz de nuestra experiencia diaria. En ocasiones el resultado puede ser satisfactorio pero en otras puede resultar bastante catastrófico. Por ejemplo, por todos es sabido que al capitalismo lo mueve el consumo; basta con darse un paseo por la calle para darse cuenta: cuando las tiendas están a rebosar, se crea empleo, y cuando están vacías, se destruye. Sencillo, ¿no?
Pues no tanto. A quienes creen que el capitalismo se sustenta sobre el consumo –o incluso sobre el consumismo– debería extrañarles el étimo mismo de “capitalismo”. Capitalismo procede de capital (esa parte de nuestro patrimonio destinada a generar riqueza para el resto de agentes de un mercado) y para amasar un capital hay que ahorrar y para ahorrar hay que restringir el consumo. ¿Qué sentido tiene entonces decir que un sistema, el capitalismo, cuya misma existencia depende de la virtud de no consumir sólo puede sobrevivir y medrar cuando se consume masivamente? Ninguno, salvo porque aquello que conocemos del capitalismo son sus expresiones más primarias y más mundanas: como productores especializados y consumidores generalistas que somos, cada semana visitamos decenas de tiendas distintas, pero muy pocos serán quienes a lo largo de toda su vida visiten decenas de centros de producción diferentes.
Mas las cosas son así: el capitalismo no depende del consumo sino del ahorro. Una sociedad donde se consumiera el 100% de la renta sería una sociedad nada capitalista. No tendríamos ni un solo bien de capital: ni viviendas, ni fábricas, ni infraestructuras, ni laboratorios, ni científicos, ni arquitectos, ni universidades ni nada. Simplemente, todos los individuos tendrían que estar ocupados permanentemente en producir bienes de consumo –comida, vestidos, mantas…– y no dedicarían ni un segundo a producir bienes de inversión (por definición, si se consume el 100% de la renta es que no se producen bienes que no sean de consumo). Es el ahorro, el no desear consumir todo lo que podamos, lo que nos permite dirigir durante un tiempo nuestros esfuerzos, no a satisfacer nuestra más inmediatas necesidades, sino a preocuparnos por satisfacer nuestras necesidades futuras: producimos bienes de capital para que éstos, a su vez, fabriquen los bienes de consumo futuros que podamos necesitar.
Pero entonces, ¿acaso la economía no entra en crisis cuando cae el consumo? No, quienes entran en crisis cuando cae el consumo son los negocios que venden directamente a los consumidores, pero no toda la economía. Salvando el caso –que trataremos en otro artículo– de que el consumo caiga porque aumente el atesoramiento de dinero (el dinero debajo del colchón), un menor consumo implica que hay disponibles una mayor cantidad de fondos y recursos para invertir. En otras palabras, cuando caiga el consumo, los tipos de interés también se reducirán, con lo que la inversión aumentará; es decir, pasarán a producirse más bienes de capital contratando a los factores que habían quedado desempleados en las languidecientes industrias de bienes de consumo.
Alto. Pero, ¿acaso no son las industrias de bienes de consumo las que compran los bienes de capital (máquinas, productos intermedios, grúas, patentes, material de oficina, ordenadores…)? Entonces, si las industrias que producen bienes de consumo entran en crisis porque venden menos, ¿acaso no reducirán sus compras a las industrias que fabrican bienes de capital? ¿Para qué querrían éstas incrementar su producción?
No, no están locas. Que el consumo caiga significa que las empresas de bienes de consumo ya no pueden vender una parte de sus mercancías al mismo precio que antes. Si no rebajan los precios, parte del género se les queda en las estanterías sin vender, pero si lo hacen, deja de salirles a cuenta comercializar muchos de esos productos. ¿Callejón sin salida? No. Toda empresa que vea minorar su margen de ganancia tiene dos opciones: o comprar el mismo producto más barato a sus proveedores o adquirirles un producto igual de caro pero de mayor calidad por el que los consumidores estén dispuestos a pagar más. En ambos casos, el margen de beneficio de estos productos vuelve a ser positivo: o los precios caen pero los costes también lo hacen, o los costes se mantienen constantes pero los precios de venta suben.
Así pues, sí existe una demanda potencial insatisfecha por parte de las empresas de bienes de consumo y, en definitiva, por parte de los consumidores: demandan bienes de consumo o más baratos o de mayor calidad. Y es a esto a lo que se dedicarán los asequibles fondos y recursos que quedan disponibles tras la minoración del gasto en consumo: a fabricar más bienes de capital que, gracias a su superior productividad, permitan producir en el futuro bienes de consumo más baratos o de mayor calidad.
¿A qué creen que se están dedicando si no las compañías que ahora mismo están buscando nuevos pozos de petróleo o minas de cobre, experimentando con motores de gas más eficientes o investigando como abaratar y perfeccionar las tabletas de los próximos cinco años? Justamente a eso. ¿Piensa que su actividad sería más fácil si todos consumiéramos aún más de lo que ya lo hacemos ahora? Es decir, ¿piensa que su actividad sería más fácil si los tipos de interés se dispararan y si, por tanto, les metiéramos más prisa para que concluyeran todos sus proyectos? No, muchos los terminarían de forma chapucera a los pocos meses y muchos otros ni siquiera los emprenderían.
Por este motivo, en contra de lo que piensan los subconsumistas, no existe ninguna paradoja del ahorro: el ahorro es tanto individual como socialmente beneficioso. Más ahorro incrementa nuestro patrimonio individual y, también, la capitalización de toda la economía: es un poquito menos de pan hoy a cambio de muchísimo más pan mañana. El capitalismo no ha medrado sobre el consumismo, pues en tal caso las sociedades más pobres del planeta –aquellas que para sobrevivir se ven forzadas a consumir todo lo que tienen– serían las más ricas; ha medrado, en cambio, sobre la virtud de la frugalidad de unas clases bajas que se han ido convirtiéndose en medias y, en algunos casos, en capitalistas.
Y ahora, la pregunta estrella: ¿podemos llevar este principio hasta el extremo? ¿Acaso si todos dejáramos de consumir por completo la economía no se desmoronaría? Pues depende de qué entendamos por “dejar de consumir por completo”. Si con ello queremos decir que nunca más, jamás, nadie sobre la faz de la tierra piensa volver a adquirir un bien de consumo, entonces sí. Pero por un motivo elemental: producimos para consumir (nota al margen: el ingenuo pensamiento keynesiano razona al revés; consumimos para producir y para tener empleo en algo). Si nadie quiere consumir ni hoy ni mañana, no hay objeto para que sigamos produciendo; podemos tumbarnos todos el día a la bartola en lugar de perder el tiempo y las energías en fabricar algo que nadie desea.
Pero si por “dejar de consumir por completo” entendemos, verbigracia, abstenernos de consumir durante cinco años (en caso de que fuera posible), entonces sí tendría sentido económico que durante esos cinco años dejáramos de fabricar bienes de consumo (esto es, que las empresas que los comercializaran y los ensamblaran cesaran en su actividad) y nos concentráramos en producir unos excelentes y punteros bienes de capital que nos permitieran dar a luz a fabulosos y baratísimos bienes de consumo al cabo de esos cinco años. Es simple: a más ahorro, más riqueza futura… siempre, claro, que valoremos y deseemos más esa riqueza futura que convertirnos en unos austeros anacoretas.
No, el capitalismo no tiene nada que ver con el consumismo. Bueno, en realidad una sola cosa: tanto nos ha enriquecido el ahorro de nuestras generaciones pasadas que ahora, como nuevos ricos, podemos disfrutar de más bienes de consumo de los que jamás soñaron disponer los faraones y los monarcas absolutos. Eso es a lo que los carcas abuelos cebolletas de 30 ó 40 años llaman consumismo y lo que muchos de ellos consideran que debería ser regulado o prohibido (es intolerable que la prosperidad del capitalismo afee la progresista miseria del comunismo). Pero, en todo caso, tengamos bien presente que el afluente consumo actual son los frutos de las privaciones del consumo de ayer y anteayer. El consumo es la cosecha, no la plantación. La plantación es el capital y el sistema social de plantaciones empresariales que nos permite disfrutar de un abundante y variado consumo es el capitalismo.
Desequilibrios entre China y EEUU
Desequilibrios entre China y EEUU
Antes de julio de 2007, la mayoría de los economistas acordó que los desequilibrios globales eran la amenaza más importante para el crecimiento global. Se dijo que la creciente relación entre la deuda extranjera neta y el PIB -resultado de déficits por cuenta corriente crónicos- le pondría un freno abrupto a los ingresos de capital, a su vez debilitando el dólar, haciendo subir los tipos de interés y sumiendo a la economía estadounidense en una crisis.
Pero este escenario nunca se materializó. En cambio, la crisis surgió de la debacle de las hipotecas de alto riesgo de Estados Unidos, que rápidamente arrastró a la economía global a su recesión más profunda desde los años 30.
La mayoría de los economistas no previó la dinámica que en realidad condujo a la crisis porque no le prestó suficiente atención al rápido incremento de la deuda total estadounidense. Por el contrario, se concentraron exclusivamente en la deuda extranjera de EEUU, ignorando la de los hogares (hipotecaria y de consumo), la pública, la empresarial y la deuda financiera.
En particular, deberían haberle prestado mayor atención a la sostenibilidad de la deuda hipotecaria y de consumo de EEUU. En 2007, la relación deuda hipotecaria y de consumo respecto al PIB era superior al 90 por ciento, comparado con el 24 por ciento de la deuda extranjera neta.
Por supuesto, los diversos componentes de la deuda difieren considerablemente en su carácter y en las fuentes de financiación -y, por ende, en su sostenibilidad-. Pero todas las partes de la deuda total de un país, y cómo están financiadas, se encuentran interconectadas.
Esto significa dos cosas. Primero, los fondos de diferentes fuentes de financiación son en cierto modo intercambiables: la deficiencia de los fondos para una parte de la deuda total se puede suplantar por fondos excedentes originariamente destinados a financiar otros componentes. Segundo, los problemas en un único elemento de la deuda total tendrán un impacto en el resto de componentes.
Después de que estallara la crisis de hipotecas de alto riesgo, la deuda hipotecaria y de consumo fue saldada parcialmente por los hogares, ya sea con ahorros o mediante quiebras. La caída de la deuda total de EEUU y el achicamiento de la brecha de financiación entre la deuda total y los fondos domésticos condujo a una mejora significativa del déficit por cuenta corriente de EEUU en 2008-2009, refutando el argumento del presidente de la Fed, Ben Bernanke, de que el déficit estaba causado por un "exceso de ahorro" global. De hecho, la posición por cuenta corriente de Washington se fortaleció a pesar de la apreciación del dólar debido a la demanda de refugio.
Desafortunadamente, como consecuencia del desapalancamiento del sector privado y de un incremento de los ahorros de los hogares, la economía estadounidense, impulsada por la deuda y el consumo, cayó en recesión. Para compensar el impacto negativo del desapalancamiento del sector privado en el crecimiento, el Gobierno de EEUU mantuvo políticas fiscales y monetarias expansivas. En ese momento en el que la deuda de los hogares pendía de un hilo tras una intervención gubernamental febril, la posición fiscal se deterioró drásticamente y el balance por cuenta corriente volvió a empeorar.
La sostenibilidad de la deuda pública reemplazó a la de la deuda privada como la mayor amenaza para la estabilidad financiera, y el foco del debate sobre la cuenta corriente de EEUU pasó de la sostenibilidad de la deuda extranjera al impacto que tiene reducir el déficit externo en el crecimiento y el empleo. El dilema al que se enfrentan los responsables políticos de Washington es cómo estimular el crecimiento y, a la vez, reducir el nivel de deuda total. El modo más importante de lograr ambos objetivos es aumentar las exportaciones fortaleciendo la competitividad estadounidense. Pero, ¿de dónde surgirá la mayor competitividad?
La devaluación del dólar podría mejorar la competitividad estadounidense en el corto plazo, pero no es una solución. Al igual que el rápido deterioro fiscal hoy hace que los inversores estén preocupados por las pérdidas de capital en los títulos del Gobierno de EEUU, la devaluación haría que los extranjeros se sintieran más dubitativos a la hora de financiar el déficit presupuestario estadounidense. Si la financiación extranjera no llega pronto, los rendimientos sobre la deuda pública estadounidense aumentarán y la economía americana volverá a caer en recesión.
En el largo plazo, el patrón de crecimiento de EEUU debe sufrir un cambio estructural, desde una dependencia de la deuda y el consumo hacia otro patrón basado en la capacidad de la que hacen alarde los norteamericanos para la creatividad y la innovación. Sólo entonces Estados Unidos mejorará lo suficiente su competitividad como para permitirle al Gobierno reducir tanto la deuda pública como la privada a niveles sostenibles y mantener, al mismo tiempo, una tasa de crecimiento respetable.
Sin embargo, ni una mejor competitividad ni una reducción de la deuda total se pueden lograr de la noche a la mañana. En el corto plazo, el déficit por cuenta corriente de EEUU se mantendrá, más allá de qué país tenga excedentes bilaterales. Por lo tanto, la continua reinversión por parte de China de sus excedentes por cuenta corriente en títulos del Gobierno de EEUU es de suma importancia para el crecimiento y la estabilidad financiera estadounidense.
Dado que Estados Unidos se beneficia extremadamente de las compras de títulos del Gobierno de Washington por parte de Pekín, es difícil entender por qué el Gobierno y el Congreso estadounidenses se vienen quejando tanto del déficit por cuenta corriente bilateral. También resulta difícil comprender por qué China se muestra tan reacia a reducir su excedente bilateral, frente a los magros retornos sobre sus tenencias masivas de títulos del Gobierno de EEUU y un sostenido riesgo de grandes pérdidas de capital en el futuro.
Las buenas noticias son que, tras la última visita del presidente Hu Jintao a Washington, tanto EEUU como China han dado pasos positivos para resolver sus diferencias sobre el balance por cuenta corriente bilateral. Es un buen augurio para un diálogo sino-norteamericano más racional y constructivo sobre los desequilibrios globales, algo que con certeza beneficiaría a la economía global.
Yu Yongding es Presidente de la China Society of World Economics, ex miembro del comité de Política Monetaria del Banco Popular de China y director del instituto de Economía y Política Mundial de la Academia de Ciencias de china.
¿Se merece Estados Unidos que quede en entredicho su solvencia?
¿Se merece Estados Unidos que quede en entredicho su solvencia?

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El FMI pone en duda la responsabilidad de EEUU
Las reacciones al cambio de perspectiva sobre Estados Unidos llevada a cabo hoy por Standard & Poor´s han sido muchas y, sobre todo diversas. La decisión ya está tomada y ahora muchos se preguntan si la primera economía mundial se merece que la calidad de su deuda haya sido puesta en cuarentena.
La semana pasada ya vimos como el FMI apremió a Washington para que adopte medidas creíbles que reduzcan su abultada deuda, que podría llegar al 110% en 2016 según el organismo. Previamente, el mayor tenedor de bonos privado del mundo, Pimco, retiró buena parte de sus posiciones en la deuda del país, al atisbar crecientes problemas, especialmente suscitados por la política monetaria de la Reserva Federal y sus estímulos.
Para Patrick Legland, director de inversiones de Societe Generale, este era un hecho "predecible", según ha explicado a elEconomista nada más conocerse la noticia. Desde su punto de vista, tanto Moody's como S&P tienen un límite a la hora de mantener la máxima calificación para la deuda de un país y es que los costes de financiación no superen el 18% de los ingresos fiscales totales del país.
"En estos momentos, este porcentaje está entre el 12 y 13% en EEUU, pero con una subida de tipos de interés más que probable en el futuro podría dispararse hasta el 18 por 100%", reconoce Legland.
"No será víctima de impago"
Steven Major, director de renta fija en HSBC, explica que "esto podría ser una llamada de atención al Congreso" pero matiza que "EEUU no tiene un problema de deuda como tienen otros países". "El país nunca llegará a ser víctima de un impago, es un país soberano real que puede imprimir dinero", apunta al mismo tiempo que pone de manifiesto que "toda la atención relativa a los bonos del Tesoro de EEUU debería estar puesta en la posible inflación y los tipos de cambio pero no en el déficit presupuestario o en la deuda del país".
Mientras tanto, sobre el parqué de la New York Stock Exchange, Alan Valdes, vicepresidente de DME Securities, no duda en afirmar que la decisión de S&P "era algo que todos los traders pensábamos ya". En su opinión, "todos sabemos que el déficit presupuestario y la deuda son algo a lo que nos tenemos que enfrentar", añade. Aún así, ha restado importancia a la caída experimentada por la renta variable estadounidense. "Cuando Grecia u otros países han sufrido rebajas hemos caído más de 100 puntos pero al cabo de una semana los hemos recuperado", apunta.
Por su parte, Aaron Gurwitz, director de inversiones de Barclays en Nueva York, asegura que "esta decisión no tiene demasiado sentido", al menos desde su punto de vista. "No existe una historia de datos consistentes que justifiquen este resultado, es todo bastante efímero", señala. Gurwitz, al igual que Valdes indica que la caída experimentada por la renta variable de EEUU será transitoria y anecdótica.
La rebaja de S&P tumba a Wall Street
La rebaja de S&P tumba a Wall Street: el Dow Jones pierde el 1,14%, hasta 12.201,59
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Un vistazo a la evolución del Dow Jones
La Bolsa de Nueva York ha cerrado con fuertes números rojos en todos sus índices, lastrada por la advertencia que le ha lanzado S&P. La agencia de calificación ha rebajado la pespectiva de la deuda de EEUU de "estable" a "negativa" debido a su elevado déficit público, su alto endeudamiento y a la falta de una política clara. Ante esto, el Dow Jones ha perdido el 1,14%, hasta los 12.201,59 puntos.
Mientras que el selectivo S&P 500 ha perdido el 1,1% y el índice tecnológico Nasdaq se ha dejado el 1,06%.
"Es un golpe a los mercados, que viene tanto de los problemas de deuda en Europa, como -ahora- de la constatación por parte de Standard & Poor's de que Estados Unidos está en una situación en la que no puede seguir sin cambiar", señala Gregori Volokhine, de Meeschaert Capital Markets.
"El titular fue suficiente para golpear a los mercados. La reacción inicial es que esto es negativo para los activos en dólares en general", ha comentado Lou Brien, estratega de mercado de DRW Trading en Chicago.
El anuncio de la agencia S&P cayó como un jarro de agua fría sobre el parqué neoyorquino, donde tampoco fueron acogidos con alegría los resultados del banco Citigroup, que reveló que en el primer trimestre de 2011 ganó 3.000 millones de dólares (10 centavos por acción), un 32 % menos que durante el mismo periodo del año anterior.
Los protagonistas del día
Aunque esas cuentas estuvieron ligeramente por encima de lo pronosticado por los analistas, la entidad financiera terminó el día sin cambios porcentuales respecto al precio de cierre de la jornada precedente.
Finalmente todos los componentes del Dow Jones de Industriales cerraron en números rojos a excepción de la aeronáutica Boeing, que logró salvar la jornada con un avance del 0,26%.
En ese índice acabaron con descensos superiores a los tres puntos porcentuales la financiera Bank of America (-3,12%) y el fabricante de maquinaria pesada Caterpillar (-3,09%), al tiempo que se dejaron más de dos puntos el fabricante de aluminio Alcoa (-2,36%), el grupo industrial United Technologies (-2,1%) y el banco JPMorgan Chase (-2,07%).
Además, perdieron más de un punto porcentual la química DuPont (-1,99%), la tecnológica Cisco (-1,76%), la farmacéutica Merck (-1,68%) y la petrolera Chevron (-1,64%), entre muchas otras, mientras que Johnson & Johnson perdió el 0,17% un día en el que la suiza Synthes confirmó que está en negociaciones para ser adquirida por el gigante estadounidense en una transacción que, según los medios especializados, podría alcanzar los 20.000 millones de dólares.
Materias primas y divisas
Fuera de ese índice la tecnológica Texas Instruments terminó el día con un descenso del 0,57% a la espera de que se difundan sus resultados trimestrales tras el cierre de la sesión.
En el Nasdaq Apple ganó el 1,34% mientras que Google se dejó el 0,73%, al tiempo que en otros mercados el petróleo bajó el 2,31% hasta los 107,12 dólares por barril.
Por su parte el oro tocó un nuevo máximo histórico al terminar a 1.492,9 dólares la onza, el dólar subió frente al euro (que se cambiaba por 1,4233 dólares) y la rentabilidad de la deuda pública estadounidense a 10 años descendía a esta hora al 3,37 %.
EL GRAN ECONOMISTA CARL MENGER
EL GRAN ECONOMISTA CARL MENGER
Por Joseph Schumpeter.
Una prueba de fuego de un argumento es puede considerarse decisivo por sí mismo o si se sostiene necesitando una larga lista de argumentos subsidiarios que lo apoyen. Igualmente, una prueba de fuego de la importancia de la obra vital de un hombre es si puede distinguirse en ella un solo logro que signifique por sí mismo grandeza o si puede retratarse solo como un mosaico en el que se han ensamblado muchas pequeñas piezas. Menger fue uno de esos pensadores que pueden reclamar un solo logro decisivo que hizo historia científica. Su nombre estará por siempre ligado a un nuevo principio explicativo que he revolucionado todo el campo de la teoría económica. Cualquier rasgo importante o amable que uno pueda atribuir a su persona, cualquier logro científico adicional que pueda uno aducir, cualquier cosa que uno pueda decir acerca de su devoción por la enseñanza y su asombrosa erudición, todo eso queda en el trasfondo detrás de la elevada altura sobre la que se encuentra su figura. El biógrafo de Menger, por supuesto, pondría todo este material junto en un retrato complejo de una personalidad fuerte y atractiva. Pero este retrato deriva su importancia de su gran logro y no hay necesidad de esos detalles para otorgar fama al nombre de Menger.
Menger nos ha dejado después de veinte años del más estricto retiro, durante los cuales ha explorado y ha disfrutado a placer de los campos de su interés. Así que hemos obtenido la distancia suficiente como para que nos permita explicar la obra de su vida como parte de la historia de nuestra ciencia. Y es realmente imponente. El trasfondo del que emergió la personalidad científica de Menger puede dibujarse sumariamente. Fuera de las dudas prácticas, fuera de las necesidades de la política práctica, se ha desarrollado un pequeño fondo de conocimiento en materias económicas desde el siglo XVI; las cuestiones de política monetaria y comercial desde entonces (lo que equivale a decir desde que la moderna economía del intercambio empezó a superar los límites de las villas y heredades) han llevado a discusiones que de una forma primitiva enlazaban causas y efectos de acontecimientos económicos sorprendentes. La lenta tendencia en la dirección de una economía y el libre comercio venía acompañada de una cada vez mayor corriente de panfletos y libros por parte de autores que normalmente estaban más inclinados a resolver los problemas económicos reales del momento que en pensar acerca de problemas más fundamentales. Durante el siglo XVIII apareció una ciencia consolidada que tenía sus propias escuelas, resultados disputas, resúmenes de libros de texto y expertos estudiosos. Fue la primera época de nuestra ciencia que podemos pensar que culminó en Adam Smith. Luego siguió un periodo de análisis y especialización, con los clásicos ingleses dominando el panorama que ahora nos preocupa, pues fue en este terreno donde reside el logro de Menger. Ricardo puso su nombre a esta época. En su periodo, se desarrolló un sistema coherente de doctrinas que afirmaba un carácter científico y una validez general dentro de amplios límites: la teoría económica pura había llegado.
Nunca quedará bastante claro por qué ese rápido éxito vino seguido por una derrota tan completa. Varios de los principales cerebros de la nueva disciplina seguían trabajando; aún no habían pasado de la etapa de ocuparse de los fundamentos, pero ya somos testigos de un estancamiento paralizante dentro del círculo de los economistas y una desconfianza, hostilidad u olvido general fuera de él. La culpa reside en parte en los defectos propios de lo que se había logrado, la naturaleza primitiva de algunos de los métodos usados, la superficialidad de parte del pensamiento y la claramente visible inadecuación de algunos de los resultados. Sin embargo todo esto no habría sido fatal ya que podía lograrse mejorar. Pero nadie empezó este trabajo de mejora, nadie mostró interés en la estructura interna del nuevo edificio teórico, porque (y aquí reside la otra causa del fracaso) la opinión pública y los expertos se alejaron por una razón distinta: la nueva doctrina había tenido demasiada prisa en tratar de resolver cuestiones prácticas y entrar en disputas de partidos sociales y políticos afirmando una validez científica. Así, la derrota del liberalismo se convirtió asimismo en la derrota de la nueva doctrina. En consecuencia, especialmente en algunos países (particularmente en Alemania) había un antagonismo generalizado a la teoría social y un atendencia a seguir la herencia intelectual de la tradición filosófica e histórica se transmitió poco más que la fachada de la política social y económica de la teoría clásica a la siguiente generación, mientras que la vía hacia su estructura interna estaba realmente bloqueada. Los jóvenes eran escasamente conscientes de cuánto del conocimiento y aún de las mayores posibilidades podían haber. Y así parecía como si la teoría no fuera más que un interludio en la historia de las ideas, un intento de cimentación para las políticas económicas de un periodo particularmente breve. Por supuesto, era inevitable que pequeños trozos de teoría persistieran aquí y allá entre los expertos. En casos aislados se consiguieron logros de gran importancia, pero esencialmente el terreno seguía sin pavimentar. Los nombres de Thünen y Hermann en Alemania no cambian este veredicto. Solo la teoría socialista construyó sobre los fundamentos metodológicos clásicos sin petrificarse.
Con la autonomía de la grandeza científica, la obra vital de Carl Menger permanece en pie en agudo contraste con su trasfondo. Si estímulo externo y ciertamente sin ayuda externa, atacó el edificio medio arruinado de la teoría económica. Lo que le hacía esforzarse no era el interés por al políticas económicas o la historia de las ideas, ni un deseo de sumarse a la acumulación de hechos, sino principalmente la búsqueda del teórico nato de nuevos principios de conocimiento, de nuevas herramientas para ordenar los hechos. Y aunque normalmente el investigador consigue en el mejor de los casos un éxito parcial (la solución de uno de los muchos problemas individuales de la disciplina), Menger se incluye entre los que han demolido la estructura existente de una ciencia y la ha puesto completamente sobre nuevos cimientos.
Siempre es difícil formular el principio fundamental de una teoría para un círculo más amplio, pues la formulación final de un principio fundamental siempre parece algo obvio. El logro intelectual de un analista no consiste en el contenido de la oración que expresa el principio fundamental, sino en su conocimiento de cómo hacerlo fértil y cómo derivar de él todos los problemas de la ciencia afectados. Si decimos a alguien que el principio fundamental de la mecánica se expresa en la oración de que un cuerpo está en equilibrio si no se mueve en ninguna dirección, el hombre común difícilmente entenderá la utilidad del teorema o del logro intelectual que conlleva su formulación. Así que si decimos que la idea fundamental de la teoría de Menger es que la gente valora las cosas porque las necesita, debemos entender que esto no impresione al hombre común, e incluso la mayoría de los economistas profesionales son hombres comunes en materias teóricas. Los críticos de las teorías de Menger siempre han mantenido que nadie podría no haber sido consciente del hecho de la valoración subjetiva y de que nada podría ser más injusto que poner esa trivialidad como una objeción a los clásicos. Pero la respuesta es muy sencilla: puede demostrarse que casi todos los economistas clásicos trataron de empezar con este reconocimiento y luego lo dejaron de lado porque no podían progresar con él, porque creían que en el mecanismo de la economía capitalista, la valoración subjetiva habría perdido su función como motor del vehículo. Y al igual que la propia valoración subjetiva, también los fenómenos de demanda basados en ella se consideraban como inútiles en comparación con los hechos objetivos de los costes. Incluso hoy, los críticos de la escuela de Menger declararían de vez en cuando que la teoría subjetiva del valor puede como mucho explicar los precios de existencias fijas de bienes de consumo, pero nada más.
Por tanto lo que importa no es el descubrimiento de que la gente compra, vende o produce bienes en la medida en que los valoran desde el punto de vista de la satisfacción de necesidades, sino un descubrimiento de un tipo bastante distinto: el descubrimiento de que este simple hecho y sus orígenes en las leyes de la necesidad humana son completamente suficientes para explicar los hechos básicos acerca de todos los fenómenos complejos de la moderna economía del intercambio y que a pesar de las chocantes apariencias en contrario, las necesidades humanas son la fuerza motriz de mecanismo económico más allá de la economía de Robinson Crousoe y la economía sin intercambios. La cadena de pensamiento que lleva a esta conclusión empieza con el reconocimiento de que la formación de precios es la característica económica concreta de la economía (distinguiéndose de todas las demás características sociales, históricas y técnicas) y de que todos los acontecimientos concretamente económicos pueden entender dentro del marco de la formación de precios. Desde un punto de vista puramente económico, el sistema económico es meramente un sistema de precios dependientes: todos los problemas especiales, como quiera se califiquen, no son sino casos especiales de un solo y mismo proceso constantemente repetido y todas las regularidades específicamente económicas se deducen de las leyes de formación de precios. Ya en el prólogo de la obra de Menger encontramos este reconocimiento como una suposición evidente por sí misma. Su objetivo esencial es descubrir la ley de formación de precios. Tan pronto como consigue basar la solución de problema de los precios, tanto en sus aspectos de ‘demanda’ como de ‘oferta’, sobre un análisis de las necesidades humanas y sobre lo que Wieser ha calificado como el principio de la ‘utilidad marginal’, todo el complejo mecanismo de la vida económica aparecía súbitamente como inesperada y transparentemente sencillo. Todo lo que quedaba por hacer es simplemente desarrollarla y avanza r en le camino de los detalles cada vez más complicados.
La obra principal, que contiene la solución a este problema fundamental y apunta claramente a todos los desarrollos futuros y que, junto con los escritos independientes casi simultáneos de Jevons y Walras, debe considerarse como el fundamento de la teoría económica moderna, lleva el título de Grundsätze der Volkswirtschaftslehre, Erster Allgemeiner Teil y apareció en 1871. Calmada, firme y claramente, perfectamente seguro de su causa, con una elaboración cuidadosa de cada frase, nos presenta la gran reforma de la teoría del valor. Los admiradores de Menger han comparado a menudo sus logros con el de Copérnico, sus críticos han ridiculizado la comparación aún más frecuentemente. Hoy se ha hecho imposible formarse una opinión sobre este asunto: Menger reformó una ciencia en la que un pensamiento rígidamente exacto era mucho más reciente e imperfecto que en la ciencia en la que Copérnico puso los nuevos fundamentos. Hasta ese punto, el logro técnico del último fue mucho mayor y más difícil, sin mencionar el hecho de que era un campo en que los resultados no podían ser verificados por el hombre común y están rodeados de misterio. Pero en esencia y calidad la obra de Menger entra en la misma categoría, igual que un comandante del ejército que dirija una pequeña tropa al triunfo en un escenario bélico olvidado puede clasificarse en logro personal al nivel de Napoleón o Alejandro, incluso aunque la clasificación sorprendiera a alguien no familiarizado con las circunstancias. Las comparaciones son generalmente engañosas y probablemente lleven a discusiones inútiles. Pero como son un medio de definir la posición de hombre para quienes no sean expertos en su sentido más estricto, nos arriesgaremos a comparar a Menger con otros economistas. Si el comparamos, por ejemplo, con Adam Smith nos choca inmediatamente que su logro sea mucho más limitado que el del profesor escocés. Adam Smith dio expresión a las necesidades prácticas de su tiempo y su nombre está inseparablemente unido a la política económica de la época. El logro de Menger es puramente científico y como contribución científica también es puramente analítico. Su obra puede compararse solo con una parte de la de Smith. Smith no fue en absoluto original y más en concreto en problemas científicos básicos fue notablemente superficial. Menger hurgaba profundo y descubrió totalmente por sí mismo verdades que le eran muy inaccesibles a Smith.
Ricardo fue más su igual. Aquí tenemos dos talentos teóricos, aunque dentro del ámbito de la teoría, dos talentos esencialmente distintos. La fertilidad y agudeza de Ricardo residen en las muchas conclusiones e ideas prácticas que consiguió desarrollar a partir de cimientos muy primitivos. La grandeza de Menger reside precisamente en esos cimientos y desde el punto de vista de la ciencia pura es quien debe colocarse en un nivel superior. Ricardo es un prerrequisito para Menger, un prerrequisito que el propio Menger indudablemente no podría haber creado. Pero Menger quien derrota la teoría ricardiana.
Como Menger y su escuela se consideraron como los únicos competidores serios de la teoría marxista, puede intentarse asimismo una comparación con Marx. De nuevo debe uno descartar completamente a Marx el sociólogo y profeta y limitarse al esqueleto puramente teórico de su obra. Menger competía solo en un sector de la obra de Marx. Sin embargo en este sector supera considerablemente a Marx, tanto en la fuerza de su originalidad como en éxito. En el campo de la teoría pura, Marx es discípulo de Ricardo e incluso de algunos de los seguidores de Ricardo, especialmente los teóricos del valor socialistas y semi-socialistas que escribieron en Inglaterra durante la década de 1820. Menger no es discípulo de nadie y los creó se mantiene. Para evitar equívocos: no puede deducirse ninguna sociología económica ni sociología del desarrollo económico de la obra de Menger. Solo hace una pequeña contribución a la imagen de la historia económica y la lucha de clases sociales, pero la teoría del valor, el precio y la distribución de Menger es la mejor que tenemos hasta ahora.
He dicho que Menger no fue discípulo de nadie. En realidad solo tuvo un antecesor que ya hubiera reconocido esta idea básica con todo su significado y es Gossen. El éxito de Menger rescató del olvido el libro de este pensador solitario. Aparte de él, hay por supuesto muchos indicios de una teoría subjetiva del valor, e incluso una teoría de los precios basada en ella, desde la escuela escolástica en adelante, especialmente por Genovesi e Isnard y luego también por algunos teóricos alemanes durante las primeras décadas del siglo XIX. Pero esto todo esto supone algo poco más importante que el hecho evidente que he mencionado antes. Con el fin de ver más en estos indicios, deberíamos haber entendido su importancia mediante el trabajo propio. Por otro lado, cualquier logro científico es siempre un rebrote de árboles viejos. De otra forma la humanidad no sabe qué hacer con él y el brote cae a tierra, olvidado. Pero en la medida en que puede haber alguna originalidad en la vida científica, o en la vida humana en general, la teoría de Menger le pertenece completamente a él, a él y a Jevons y Walras.
Esto también explica la forma en que se recibió su don y su primer destino. Su don fue el fruto de su pensamiento y lucha durante la tercera década de su vida, ese periodo de sacara felicidad que, en el caso de cada pensador, crea lo que posteriormente se desarrolla. Nacido el 23 de febrero de 1840 tenía justo treinta y un años cuando apareció su libro. Originalmente se dirigía a Viena, pues con él quería cualificarse para enseñar y la magnitud de su logro personal puede entenderse solo si recordamos en qué desierto plantó sus árboles. Durante mucho tiempono había habido señales de vida en el campo de nuestra disciplina. Debemos remontarnos a 1848, a Sonnenfels, cuyo libro fue el primer libro de texto oficial, para encontrar al menos un buen rendimiento medio. Todo lo presentable se importaba de Alemania. Los hombres con los que se encontró Menger cuando empezó en la Universidad apenas tenían alguna comprensión de sus ideas o del campo completo en que él podía hacerlas fructificar. Le dieron esa fría recepción que luego nos relató. Sin embargo finalmente se estableció, se convirtió en profesor y el paso del tiempo le trajo los honores habituales del hombre de ciencia, pero nunca olvidó esa lucha inicial. Además en Alemania permaneció olvidado, aunque solo fuera porque el campo estaba dominado por la política social por un lado y por la investigación de los detalles de la historia económica por el otro. Muy solo y sin una plataforma en la que su voz pudiera expresarse, sin ninguna esfera de influencia y sin el aparato que tradicionalmente está por todas partes a disposición del poseedor de una cátedra importante, se vio confrontado con una completa falta de comprensión, que a su vez dio lugar a la hostilidad.
Todo aquel que entienda la historia interna del progreso científico conocerá todas las tácticas empleadas en pequeños círculos con el fin de obtener la aceptación de las nuevas ideas. Menger no sabía cómo se hacía, e incluso si lo hubiera sabido no tenía los medios para realizar sus propias campañas. Pero su poderosa fortaleza penetró a través de todas las junglas y triunfó sobre todos los ejércitos hostiles. En primer lugar, esto fue exclusivamente mérito suyo. Hay dentro del alma humana una conexión sutil e íntima, no siempre visible y a veces aparentemente ausente, entre la energía intelectual que puede liberarse de las visiones tradicionales y hurgar independientemente en lo profundo de las cosas y la facultad de fundar escuelas: esa fascinación peculiar que atrae y convence a los futuros pensadores. En el caso de Menger, la concentración de su obra intelectual llevaba directamente a la concentración en divulgar sus resultados. Aunque nunca se expresó de nuevo sobre el asunto de la teoría del valor, implantó sus principios en toda una generación de estudiantes. Aparte de eso, percibió correctamente que en Alemania no es que se rechazara su propia teoría, sino cualquier teoría y batalló para establecer el lugar correcto del análisis teórico en asuntos sociales. A esta batalla (bien conocida como la Methodenstreit) debemos su trabajo sobre la metodología de las ciencias sociales en el que trató, con rigor sistemático y mediante formulaciones que no han sido mejoradas habitualmente hasta hoy, aclarar el campo de la investigación exacta a partir de una maleza de confusión metodológica. También esta contribución es de valor permanente, a pesar de que los posteriores avances en la teoría del conocimiento pueden habernos llevado más allá en muchos aspectos. Sería injusto para su contribución principal calificar a esta obra posterior como igualmente importante; aún así su influencia educativa en sus contemporáneos fue incalculable. No tuvo influencia fuera de Alemania y no había necesidad de que la tuviera. Pues fuera de Alemania las ideas que trataba de establecer ya habían sido comúnmente aceptadas en su mayor parte. Fue un hito para el desarrollo de la ciencia en Alemania,.
Además, un sino amable le favoreció en la propagación de sus ideas. Con una buena fortuna que raramente recae en el grupo de fundadores de escuelas: una alianza con dos iguales intelectuales que pudieron continuar directamente su trabajo al mismo nivel de poder original: Böhm-Bawerk y Wieser. La obra y trabajos de estos dos hombres (que estaban ligados entre sí y que, a pesar de su propia vocación por el liderazgo intelectual, no les impedía referirse constantemente a Menger) crearon la “escuela austriaca”, que conquistó lentamente el mundo científico de su campo concreto para sus ideas. El éxito tarda en llegar. Aparece frecuentemente en una forma que es comprensible psicológicamente, pero al mismo tiempo no muy agradable y que siempre podemos observar en la historia de la ciencia si a un grupo le falta lo que podríamos llamar los medios de publicidad científicos. Así que aunque se acepten las cosas esenciales, esta aceptación no viene acompañada por un reconocimiento agradecido, sino por un rechazo formal basado en asuntos secundarios. Esto es lo que ocurrió en Italia. Los principales teóricos ingleses no estaban libres de esta debilidad. La recepción en Estados Unidos y también (cuando tuvo lugar por fin) en Francia fue mucho más cordial y generosa y este fue el caso especialmente en los países escandinavos y en Holanda. Solo después de lograr este nivel de éxito se aceptó la nueva tendencia en Alemania como un hecho consumado. Así que Menger llegó a vivir para ver sus doctrinas discutidas en círculos científicos allí donde florecía nuestra disciplina y para ver que sus ideas básicas trascendían lenta e imperceptiblemente el plano de la discusión actual y se convertían en para del bagaje indiscutible del conocimiento científico. Él mismo era muy consciente de ello y a pesar de que (como un verdadero erudito) se ponía a veces furioso acerca de algún aguijonazo u otro administrado por un colega, era en todo caso consciente de haber hecho historia científica y del hecho de que su nombre nunca desaparecería de la historia de la ciencia.
Todos sabemos que hoy ningún logro científico puede ser permanente en el sentido de que no esté sujeto a modificación por el progreso de la investigación. Los propios sucesores de Menger, y en otro sentido todos los investigadores de nuestra materia que siguen a Walras, ya han realizado cambios en la estructura tal y como la concibió e indudablemente continuarán haciéndolo en el futuro. Sin embargo en otro sentido sus logros se han convertido en atemporales. Esto es así en el sentido de que hoy está fuera de cuestión que tuvo éxito en dar un enorme paso adelante en la vía del conocimiento y que su obra destacará de la masa de las publicaciones efímeras, la mayoría destinadas al olvido y será reconocible durante generaciones.
Si el logro hubiera sido menos grande aún habría otras cosas a mencionar: por encima de todas su teoría monetaria escrita para el Handwörterbuch der Staatswissenschaften, sus contribuciones a la teoría del capital y a los problemas prácticos de la moneda. Tendríamos que mencionar su trabajo como profesor, que esta inolvidablemente impreso en la memoria de los mayores de entre nosotros, mucho más allá del limitado círculo de los especialistas, y también el asombroso rango de sus intereses. Pero todo esto resulta poco ante su teoría del valor y el precio, que es, por decirlo así, la expresión de su verdadera personalidad.
Pero lloramos no solo por el pensador, sino asimismo por el hombre querido. Muchos recuerdos que nos son queridos quedan en las mentes de todos los que la conocimos.
Volviendo a casa
Volviendo a casa
Por Karl Hess.
En dos los primeros seminarios a los que acudí en el Institute for Policy Studies, escuché dos cosas que nunca he olvidado y que son para mí auténticos faros para encontrar mi camino a las verdades sencillas a través de asuntos complicados.
En una, Milton Kotler remarcaba que toda persona que reclamara un cambio social debería ser capaz y debería reclamársele que declarara claramente “¿Tú qué ganas con esto?” La gente que reclama un cambio social para ayudar “a las masas”, auxiliar “a los pobres”, socorrer “a los que sufren” y dicen que no tienen otro motivo podrían ser santos, pero lo más habitual es que resulten ser pecadores sociales, que enmascaran la ambición tras la nobleza.
Marc Raskin, en otro seminario, escuchaba pacientemente mientras y colega lanzaba un pesado y pomposo ultimátum a favor de alguna “causa” entonces actual y luego preguntaba: “¿Sería posible que usted hablara como un ser humano y no como una fuerza de la historia?” La gente que reclama un cambio social como si fueran mensajeros de la fe, o de la furia, o de la historia o un mesías a menudo no se contenta con seguir siendo meros mensajeros. Se convierten en amos tan pronto como pueden.
Poco más tarde, uno de nuestros colegas (un resto de la Vieja izquierda y por tanto en contante contradicción con el espíritu generalmente libertario del resto del Instituto) realizó una apasionada defensa de concentrar el poder a manos de unos pocos para beneficiar el futuro de muchos. Recordando las formulaciones de Kotler-Raskin, le pregunté a la persona si estaba deseando asumir dicho poder y ejercitarlo. “Por supuesto”, fue la respuesta. “¿Por qué tú?”, pregunté. “Porque he estudiado y sé lo que necesita hacerse”. “¿Para todos en todo el mundo?”, pregunté. “Por supuesto”, fue la respuesta. “El marxismo-leninismo muestra el camino correcto para todos”.
No hay nada más sano para un espíritu de resistencia que ver de cerca a un monarca: para entender que bajo toda la noble retórica de historia y destino hay una frente humana con ganas de portar una corona. En esa reunión en concreto vi una frente con ganas en su lado izquierdo. Antes había visto muchas en el lado derecho. Durante un tiempo había pensado que podría haber una preferencia. Ya no lo pienso.
Nadie es tan grande o sabio o perfecto como la ser el amo de otra persona. El maestro, tal vez. El que da un buen ejemplo, quizás. Un genio, a lo mejor. Pero un amo, no. Hay veces en que un doctor o un carpintero, un músico o un artista, podría llevarte a cierta empresa a causa de su energía, habilidad o información que no tengas. Pero eso es temporal y especial. Es, o debería ser, mera conveniencia de sentido común y (por supuesto) debería ser posible a través de tu aceptación, también por sentido común. No es dominio.
El carpintero no mantiene su liderazgo cuando se han puesto todos los listones y ahora la empresa es pintar. El doctor no es un amo a consultar cuando hay que interpretar un canción o arrancar una planta. El liderazgo común puede provenir en virtud de la habilidad, la energía o la información que, aunque universalmente accesible, podría no ser universalmente conocida. El dominio viene del poder conferido o heredado, por acumulación de privilegios, por apoyo institucional y por tener información que está deliberadamente restringida con el fin de obtener o mantener poder.
La diferencia está clara en nuestra vida diaria. Cuando queda claro que las mismas diferencias aparecen en todos los asuntos humanos, los actos de liberación podrían ser realmente los más duraderos y significativos. Liberación no significaría cambiar de un grupo de amos a otro, como pide el espíritu de partido. Liberación es su sentido más amplio debería significar liberación de la autoridad impuesta y la propia jerarquía institucionalizada. La mera liberación de un tirano resulta ser una cosa temporal. La liberación de la tiranía es un objetivo más decente, más substancial.
Hay un variante especial a este respecto que debo mencionar aunque felizmente está declinando su importancia. Durante algún tiempo durante los sesenta e inicios de los setenta hubo gente que era considerada a la vez como izquierdistas y como contraculturales que decían que la única forma de liberarse era liberarse completamente de uno mismo y rechazar toda autoridad, impuesta o no. Así se decía que cuando el sentido del yo de una persona desaparece, la persona puede ser uno con el universo. Así que se decía que cualquier conocimiento era esencialmente elitista y esencialmente o trivial o malvado. A esa gente incluso le ofendía el lenguaje, ya que implicaba actividad intelectual. Querían actividad de “la persona completa” y de alguna extraña manera parecían excepcionar a la mente humana de ese completo. Querían eliminar el sentido del yo que (más que cualquier otro sentido) me parece que es el sentido más humano y que es, pienso, la única definición sensata de “naturaleza humana”.
Esa gente iba al campo donde escuchaban voces internas en lugar de prestar atención al sol, la escarcha y la lluvia. Querían ser tan parte del universo que olvidaban la naturaleza de la Tierra. Muchos iban aún más lejos, a una somnolencia eternamente drogada, asegurándose con la química la incoherencia que habían buscado espiritualmente. Más crecieron a través y a partir de ello, reteniendo la gentil reverencia por el inexplicable “espíritu”, pero también decentemente a tono con el espíritu de las habilidades materiales y el mundo material, incluyendo el mundo de otros seres humanos con quienes finalmente aprendieron a comunicarse como seres humanos, con palabras, con música, con trabajo compartido, con amor, en lugar de cómo intentaron una vez, de piernas cruzadas, en definitiva “vibraciones” separadas y aisladas.
Esa gente son hoy fuerzas importantes para el cambio social, ocupándose diligentemente de tareas domésticas en escenarios familiares. Lo mismo pasa con la mayoría de la gente que, habiendo mantenido alguna fuerte posición que sometieron a análisis crítico y luego cambiaron se han movido del fanatismo a la determinación. La gente que realmente nunca se ha preocupado (que solo haya servido al amo que haya sido más cercano o cómodo) es la que menos probablemente cambie o apoye el cambio. Cambiarán de amos con facilidad, de la misma forma que muchos conservadores cambiaron a ser forofos de tipo liberal para el poder presidencial. Cambiarán poco más porque tienen poco más que cambiar: poco que dar, salvo su lealtad. Lo mismo pasa con los izquierdistas activistas que trocan su mente por eslóganes y sus acciones primero por demagogos, luego por comisarios y finalmente por sargentos de policía.
El cambio se producirá alrededor de esta gente: un proceso de torbellino que, aunque puede que nunca mueva mucha gente del centro en un momento concreto, siempre estará inquietándola en los bordes de su existencia, erosionando finalmente sus conchas protectoras y, en la mejor de las circunstancias, mostrando al posibilidad de cambio en lugar de comandándolo.
¿Pero que hay en él para mí? ¿Y puedo trabajar para cambiar sin pasar o parecer ser una fuerza de la historia? ¿Puedo hacerlo como una persona entre mucha gente, un yo entre muchos yos, un vecino entre vecinos, en un barrio entre barrios, en un mundo que es un punto real y concreto en un universo real y al menos reconocible?
Cuando era muy joven, lo que más quería era ser un científico, aislado y brillante, investigando y descubriendo misterios, un alma pura flotando en un universo de laboratorio, separado, frío, exaltado. Luego quise ser famoso y algo rico, conocido por tener poder político sin el problema de la responsabilidad política, un fantasma que escribía discursos pero aún una especie de ánima pura flotando en un universo de mármol: distante, frío y famoso.
Lo que quiero ahora es distinto. No requiere sino espacio y tiempo y trabajo. No flota: anda por el barrio. No es distante: es un mosaico de encuentros, amistades, tareas y celebraciones (sin celebridades). Y aún incluye la ciencia, pero reconoce a la ciencia como la más social de las acciones humanas, una herencia compartida, una larga persistencia de la razón, algo que flota bellamente en la cabeza (no en el espacio exterior), una ocasión para los placeres de la creatividad más que las rémoras del orgullo. Porque el honor lo sustituye, sencillamente, por honradez; y porque la lealtad la sustituye indudablemente por la amistad.
Lo que quiero del cambio social es la libertad para todos de aquellas cadenas institucionales que en el pasado nos han ligado a los propósitos y proyectos de otros, sin consentimiento y sin recurso real. Quiero la libertad de ser responsable de mis propias acciones y quiero que mis acciones se juzguen por aquéllos a quienes les afecten. Quiero que mi ciudadanía en una comunidad no sea un aspecto delegable de mi vida, reflejando mi lugar en la comunidad y respetando el vuestro. Quiero vivir en una comunidad en la que la gente esté tan segura de sí misma como seres humanos que puedan respetar las diferencias en otros sin ser deferentes con la diferencia, o asustados por ella o intimidados por ella.
Quiero unirme al aplauso por una tarea del barrio soberbiamente realizada, pero no quiero estar en la lista de un club de fans. Quiero vivir en una comunidad en la que no importan otras habilidades, los seres humanos decentes pondrán en práctica aquellas habilidades que todos puedan poseer en común: veracidad, consideración por los demás, un sentido de la proporción en empresas y ambiciones y los distintos tratos humanos asociados a un profundo amor por los demás y perdurable sentido respetuoso del yo.
En términos prácticos, resulta que significa vivir en buena medida como vivo ahora. Para mí y para muchos que conozco, el cambio social se ha producido, a pesar de que sabemos que se ha producido dentro de espacios institucionales y podría cerrarse en cualquier momento. Los cambios se han producido. No se han asegurado.
Asegurar dicho cambio no significa que todos en el mundo deban actuar de la misma manera o estar de acuerdo en la misma cultura, el mismo trabajo, los mismos patrones de comunidad o vida social o interacción cívica. Pero sí significa, hasta donde puedo verlo, que las prácticas que permiten a unos pocos señorear sobre muchos tendrían que resistirse y acabar aboliéndose. Mientras los propósitos del poder se pongan por delante de los del pueblo en general, las comunidades libres o los pueblos independientes nunca estarán seguros en genreal.
Los propósitos del poder son controlar la mayoría del pueblo por las decisiones de unos pocos. El leguaje general es que se hace “por su propio bien”: La realidad es que la gente controlada (incluso por el príncipe, señor o dios más benevolente) no son más que meras marionetas. Penden de cordeles sostenidos por otros, nunca bailan sus propios pasos o extienden otra mano sin el premiso de los cordeles sobres sus propias manos.
Quizá sea esta el área en que en definitiva (aún siendo un apasionado amante de la razón) debo admitir que gobierna la simple creencia. Simplemente creo que la libertad es una condición mejor y más deseable para los seres humanos. Si s eme presiona para probarlo, no podría ir más allá de decir que los humanos tienen la herramienta para concebir la libertad y vivirla: la mente humana. Esa mente, esa herramienta de pensamiento y concepción e incluso idealización, parecería no tener ninguna función de importancia si no urgiera y presionara a la gente hacia la libertad. Si la libertad no fuera una condición humana deseable, entonces ¿por qué la necesidad de ella ha persistido a través de los intentos milenarios de suplantarla con misterio, misticismo, despotismo, autoridad, legalidad, regimentación y regulación?
La libertad es funcionalmente apropiada para los seres humanos. La libertad es una idea persistente entre seres humanos aunque no haya sido nunca un hecho globalmente dominante. Incluso cuando los primeros seres humanos vagaban en lo que podría parecer libertad, estaban por supuesto ligados a la dura necesidad y solo podían ejercer opciones bastante limitadas, eligiendo rara aunque brillantemente, decorar una caverna; elegir dolorosamente hacer una herramienta un poco mejor que la hecha antes y así sucesivamente.
Pero más allá de ello, admitiré que la idea debe finalmente defenderse como una creencia, una creencia de que es mejor vivir autorrealizado y autorresponsable que vivir dominado, que vivir con un sentido del yo solo como lo definan otros y que vivir al final de cordeles que (llamados destino, historia o política nacional) los mueven o cortan realmente otros seres humanos vistiendo las máscaras del poder.
Confesiones de un liberal de derechas
Confesiones de un liberal de derechas
Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 10 de junio de 2005)
[Esta pieza clásica apareció en Ramparts, VI, 4. 15 de junio de 1968. Fue la culminación de una tendencia ideológica que empezó unos pocos años antes cuando libertarios coherente, liderados por Rothbard, sintieron un distanciamiento de la derecha estadounidense debido a su apoyo al militarismo, el poder policial y ele stado corporativo. Aquí Rothbard presenta una justificación de por qué el y los demás se habían dado cuenta, en 1968,al renunciar a la derecha como un movimiento viable de reforma hacia la libertad, de que la derecha estaba descaradamente del lado del poder y por tanto desarrollaba una historiografía intelectual alternativa. La relavancia de este ensayo en nuestros tiempos apenas necesita explicación, dado el historial respecto de la libertad del presidente republicano, el congreso y el poder judicial, por no hablar de los medios de comunicación conservadores y de derechas]
Hace veinte años, yo era un republicano de extrema derecha, un joven y solitario “neandertal” (como solían llamarnos los liberales) que creía, como decía mordazmente un amigo, que “el senador Taft se había vendido a los socialistas”. Hoy es más probable que se me califique como extremista de izquierdas, ya que estoy a favor de una retirada inmediata de Vietnam, denuncio el imperialismo de EEUU, defiendo el Black Power y me acabo a afiliar al nuevo Partido de la Paz y la Libertad. ¡Y aún así mis opiniones políticas básicas no han cambiado lo más mínimo en estas dos décadas!
Es evidente que algo va muy mal en las viejas etiquetas, en las categorías de “izquierda” y “derecha” y en las formas en que normalmente se aplican estas categorías a la vid apolítica estadounidense. Mi odisea personal no importa: lo importante es que si puedo moverme de la “extrema derecha” a la “extrema izquierda” simplemente quedándome en mi sitio, deben haberse producido cambios drásticos aunque no reconocidos a lo largo del espectro político estadounidense en la última generación.
Me uní la movimiento de la derecha (por dar un nombre formal a un grupo muy laxo e informal de asociaciones) como joven universitario poco después de la Segunda Guerra Mundial. No había dudas de dónde estaba la derecha intelectual de entonces respecto del militarismo y el servicio militar: se oponía a ellos como instrumentos de esclavitud y muerte masivas. El servicio militar, de hecho, se consideraba mucho peor que otras formas de control e incursión estatista, pues mientras éstas solo se apropiaban de la parte de la propiedad del individuo, el servicio militar, como la esclavitud, tomaba su posesión más valiosa: su propia persona. Día tras día, el veterano periodista John T. Flynn (a veces alabado como liberal y luego condenado como reaccionario sin ningún cambio importante en sus opiniones) arremetía implacablemente en la prensa y el la radio contra el militarismo y el servicio militar. Incluso el periódico de Wall Street, el Commercial and Financial Chronicle, publicó un largo ataque contra la idea del servicio militar.
Todas nuestras posturas políticas, del libre mercado en economía a la oposición a la guerra y el militarismo, derivaban de nuestra profunda creencia en la libertad individual y nuestra oposición al estado. De forma simplista, adoptábamos la visión habitual del espectro político: “izquierda” significaba socialismo, o poder total del estado; cuanto más a la “derecha” íbamos menos se favorecía al gobierno. Así que nos calificábamos a nosotros mismos como “derechistas extremos”.
Originalmente, nuestros héroes históricos eran gente como Jefferson, Paine, Cobden, Bright y Spencer, pero a medida que nuestras opiniones se hacían más puras y consistentes, abrazamos a semi-anarquistas, como el voluntarista Auberon Herbert y los anarquistas individualistas estadounidenses Lysander Spooner y Benjamin R. Tucker. Uno de nuestras grandes héros intelectuales era Henry David Thoreau, y su ensayo “Desobediencia civil” una de nuestras estrellas polares. El teórico de derechas Frank Chodorov dedicó todo un número de su revista mensual, Analysis, a un elogio a Thoreau.
En relación con el resto del escenario político estadounidense, por supuesto sabíamos que la extrema derecha del Partido Republicano no estaba compuesta por individualistas antiestatistas, pero estaban suficientemente cerca de nuestra posición como para hacernos sentir parte de un frente unido cuasilibertario. Bastante para que nuestras ideas estuvieran presentes entre los miembros más extremistas del ala de Taft del Partdo Republicano (mucho más que las del propio Taft, que estaba entre los más liberales de esa ala) y en organismos como el Chicago Tribune como para hacer que nos sintiéramos a gusto con este tipo de alianza.
Es más, los republicanos de la derecha es grandes opositores a la Guerra Fría. Valientemente, los republicanos derechistas extremos, que eran particularmente fuertes en la Cámara, luchaban contra el servicio militar, la OTAN y la Doctrina Truman. Pensemos, por ejemplo, en el representante de Omaha, Howard Buffett, director de campaña de Taft en el Medio oeste en 1952. Era uno de los más extremos de los extremistas, describiendo una vez a la nación como “un joven capaz cuyas ideas se han fosilizado trágicamente”.
Llegué a conocer a Buffett como un genuino y razonado libertario. Al atacar la Doctrina Truman en el Congreso, declaró: “Aunque fuera deseable, Estados Unidos no es lo suficientemente fuerte como para ser policía del mundo mediante fuerza militar. Si se intentara, las bondades de la libertad se verían reemplazadas por la coacción y la tiranía domésticas. Nuestros ideales cristianos no pueden exportarse a otras tierras con dólares y armas”.
Cuando llegó la Guerra de Corea, casi toda la vieja izquierda, con la excepción del Partido Comunista, se sometió a la mística global de las Naciones Unidas y la “seguridad colectiva contra la agresión” y respaldó la agresión imperialista de Truman en esa guerra. Incluso Corliss Lamont respaldó la postura estadounidense en Corea. Solo los republicanos derechistas extremos continuaron batallando contra el imperialismo de EEUU. Fue el último gran arranque de la vieja derecha de mi juventud.
Howard Buffett estaba convencido de que Estados Unidos era en buena parte responsable del estallido del conflicto en Corea; durante el resto de su vida trató infructuosamente de que el Comité de Servicios Armados del Senado desclasificara el testimonio del jefe de la CIA, el almirante Hillenkoeten, que Buffett me dijo que establecía la responsabilidad estadounidense del estallido coreano. El último movimiento aislacionista conocido se produjo en diciembre de 1950, después de que las fuerzas chinas echaran a los estadounidenses del Corea del Norte. Joseph P. Kennedy y Herbert Hoover realizaron dos rotundos discursos uno detrás de otro pidiendo la evacuación estadounidense de Corea. Como dijo Hoover: “Comprometer a las dispersas fuerzas sobre el terreno de las naciones no comunistas en una guerra territorial contra esta masa territorial comunista [en Asia] sería una guerra sin victoria, una guerra sin una terminación política con éxito (…) que sería la tumba de millones de jóvenes estadounidenses” y el agotamiento de estados Unidos. Joe Kennedy declaró que “si partes de Europa o Asia desean ser comunistas y incluso tienen ofensivas comunistas contra ellas, no podemos detenerlas”.
A esto respondió The Nation con la típica acusación liberal de comunismo: “La línea que están fijando para su país podría hacer que suenen las campanas en el Kremlin como nunca desde el triunfo de Stalingrado”; y la New Republic mostraba realmente a Stalin avanzando “hasta que la camarilla estalinista en la Tribune Tower pueda mostrar en triunfo la primera edición comunista del Chicago Tribune”.
El principal catalizador para transformar a la base de la derecha de un movimiento aislacionista y casi libertario en uno anticomunista fue probablemente el “macarthismo”. Antes de que el senador Joe McCarthy iniciara su cruzada anticomunista en febrero de 1950, no se le había asociado particularmente con el ala derecha del Partido Republicano; por el contrario, su historial era liberal y centrista, estatista en lugar de libertario.
Además, las acusaciones de comunismo y la caja de brujas anticomunista fueron iniciados originalmente por los liberales e incluso tras McCarthy los liberales fueron los más eficaces en este juego. Después de todo, fue la liberal Administración Roosevelt la que aprobó la Ley Smith, usada primero con trotskistas y aislacionistas durante la Segunda Guerra Mundial y luego contra los comunistas tras la guerra; fue la liberal Administración Truman la que instituyó los controles de lealtad; fue el eminentemente liberal Hubert Humphrey el que patrocinó la cláusula de la Ley McCarran de 1950 que amenazaba con campos de concentración a los “subversivos”.
Sin embargo McCarthy no solo cambió el enfoque de la derecha hacia la caza del comunista. Su cruzada también atrajo a la derecha una nueva base. Antes de McCarthy. El caladero de la derecha era el Medio Oeste aislacionista de pequeños pueblos. El macarthismo atrajo al partido una masa de católicos urbanos de la costa este, gente cuya opinión de la libertad individual era, en caso de tenerla, negativa.
Si McCarthy fue el principal catalizador para movilizar la base de la nueva derecha, el principal instrumento ideológico de la transformación fue la lacra del anticomunismo, y los principales portadores fueron Bill Buckley y National Review.
En sus primeros tiempos, al joven Bill Buckley le gustaba a menudo referirse a sí mismo como un “individualista”, a veces incluso como un “anarquista”. Pero todos estos ideales libertarios, mantenía, tenían que quedar en total suspenso, solo propios de charlas de salón, hasta que la gran cruzada contra la “conspiración comunista internacional” hubiera llegado a concluirse con éxito. Así, ya en enero de 1952, advertí con desasosiego un artículo que escribió Buckley para Commonweal, “A Young Republican's View”.
Empezaba el artículo de una manera espléndidamente libertaria: nuestro enemigo, afirmaba, era el estadio, que, citando a Spencer, se “engendraba de la agresión y por la agresión”. Pero luego aparecía el gusano de la manzana: tenía que llevarse a cabo la cruzada anticomunista. Buckley continuaba apoyando “las leyes fiscales extensivas y productivas que se necesitan para apoyar una vigorosa política exterior anticomunista”; declaraba que la “hasta ahora invencible agresividad de la Unión Soviética” amenazaba inminentemente la seguridad estadounidense y que por tanto “tenemos que aceptar el Gran Gobierno mientras durara, pues ninguna guerra ofensiva ni defensiva puede realizarse (…) excepto a través de instrumento de una burocracia totalitaria dentro de nuestros márgenes”. Por tanto, concluía (en plena Guerra de Corea), todos debemos apoyar “grandes ejércitos y fuerzas aéreas, la energía atómica, la inteligencia centralizada, los comités bélicos de producción y la correspondiente centralización del poder en Washington”.
La derecha, nunca organizada, no tenía demasiados órganos de opinión. Por tanto, cuando Buckley fundó National Review a finales de 1955, sus eruditos, ingeniosos y claros editoriales y artículos le hicieron fácilmente la única revista políticamente relevante de la derecha estadounidense. Inmediatamente empezó a cambiar radicalmente la línea ideológica de la derecha.
Un elemento que dio un especial fervor y conocimiento a la cruzada contra el comunismo fue la prevalencia de excomunistas, excompañeros de viaje y extrotskistas entre los escritores a quienes National Review dio preeminencia dentro de la escena de la derecha. A estos exizquierdistas les consumía un odio eterno por su antiguo amor, junto con la pasión por concederle una enorme importancia a sus años aparentemente perdidos. Casi toda la generación más antigua de escritores y editores de National Review había sido importante en la vieja izquierda. Algunos nombres que me vienen a la mente son: Jim Burnham, John Chamberlain, Whittaker Chambers, Ralph DeToledano, Will Herberg, Eugene Lyons, J. B. Matthews, Frank S. Meyer, William S. Schlamm y Karl Wittfogel.
Una idea de la actitud mental de esta gente aparecía en una carta reciente que recibí de uno de los más libertarios de este grupo: admitía que mi postura en oposición al servicio militar era la única coherente con los principios libertarios, pero, decía, no podía olvidar los desagradable que era la célula comunista en la revista Time en la década de 1930. ¡El mundo se derrumba y aún así esta gente sigue enredada en los pequeños agravios de las luchas de facciones de hace mucho tiempo!
El anticomunismo fue la raíz central de la decadencia de la derecha libertaria, pero no fue la única. En 1953 hubo un gran alboroto con la publicación de The Conservative Mind, de Russell Kirk. Antes, nadie en la derecha se consideraba como un “conservador”: se consideraba a “conservador” como un término insultante de la izquierda. Ahora, de repente, la derecha empezaba a glorificar el término “conservador”, y Kirk empezaba a hacer apariciones en conferencias, a menudo en una especie de tándem de “control vital” con Arthur Schlesinger Jr.
Iba a ser el inicio del floreciente fenómeno de diálogo amistoso-aunque-crítico entre las ramas liberal y conservadora del Gran Consenso Patriótico Estadounidense. Empezó a emerger una nueva generación más joven de derechistas, de “conservadores” que pensaban que el problema real del mundo moderno no era algo tan ideológico como el estado frente a la libertad individual o la intervención del gobierno frente al libre mercado; el problema real, declaraban, era la preservación de la tradición, el orden, el cristianismo y las buenas costumbres contra los modernos pecados de la razón, el libertinaje, el ateísmo y la grosería.
Uno de los primeros pensadores dominantes de esta nueva derecha fue el cuñado de Buckley, L. Brent Bozell, que escribía fieros artículos en National Review atacando a la libertad, incluso como principio abstracto (y no solo como algo sacrificado temporalmente a favor de la emergencia anticomunista. La función del estado era imponer y aplicar principios morales y religiosos.
Otro teórico político repelente que dejó su impronta en National Review fue el veterano Willmoore Kendall, editor de NR durante muchos años. Su principal argumento era el derecho y obligación de la mayoría de la comunidad (encarnada, digamos en el Congreso) de suprimir a cualquier individuo que perturbe a la comunidad con doctrinas radicales. De Europa, la gente “in” eran ahora reaccionarios despóticos como Burke, Metternich, DeMaistre; en Estados Unidos, lo “in” eran Hamilton y Madison, con su acento en la imposición de orden y un gobierno central fuerte y elitista, que incluyera a la “esclavocracia” del sur.
Durante los primeros años de su existencia, me moví en círculos del National Review, acudía a sus comidas editoriales, escribía artículos y críticas de libros para la revista; de hecho alguna vez se comentó que me uniera a la plantilla como articulista de economía.
Sin embargo, estaba cada vez más alarmado a medida que NR y sus amigos ganaban fuerza, porque sabía, por innumerables conversaciones con intelectuales de derechas, cuál era si objetivo en política exterior. Nunca se llegaron a atrever a declararla públicamente, aunque se implicaba solapadamente y trataban de empujar a la opinión pública a que lo demandara con fuerza. Lo que querían (y siguen queriendo) era la aniquilación nuclear de la Unión Soviética. Querían arrojar la Bomba sobre Moscú. (Por supuesto, también sobre Pekín y Hanoi, pero para un veterano anticomunista – especialmente entonces – es Rusia quien es el principal foco de ponzoña). Un importante editor de National Review me dijo una vez: “Tengo una visión, una gran visión del futuro: una Unión Soviética totalmente devastada”. Yo sabía que era su visión la que animaba realmente al nuevo conservadurismo.
En respuesta a todo esto y considerando a la paz como el asunto político esencial, junto con unos pocos amigos, nos convertimos en demócratas stevensonianos en 1960. Veía con creciente horror como la derecha, liderada por National Review continuaba ganado fuerza y se acercaba cada vez más al poder político real.
Al haber roto emocionalmente con la derecha, nuestro pequeño grupo empezó a revisar muchas de nuestras viejas premisas no examinadas. Primero, revisamos los orígenes de la Guerra Fría, leímos a nuestro D.F. Fleming y concluimos, para nuestra gran sorpresa, que era solo Estados Unidos en responsable en la Guerra Fría y que Rusia era la parte agredida. Y esto significaba que el gran peligro para la paz y la libertad del mundo no venía de Moscú o del “comunismo internacional”, sino de EEUU y su imperio que se extendía y dominaba el mundo.
Y luego estudiamos el infecto conservadurismo europeo que había ocupado la derecha: aquí tenemos estatismo en una forma virulenta y aún así nadie podría pensar que estos conservadores fueran “izquierdistas”. Pero esto significaba que nuestro sencillo dicho “izquierda/gobierno total-derecha/no gobierno” era completamente erróneo y que toda nuestra identificación como “derechistas extremos” debe contener algún defecto básico. Remitiéndonos a la historia, nos concentramos de nuevo en la realidad de que en el siglo XIX, los liberales y radicales del laissez faire estaban en la extrema izquierda y nuestros antiguos enemigos, los conservadores, en la derecha. Mi viejo amigo y colega libertario Leonard Liggio llegó más tarde al siguiente análisis del proceso histórico.
Al principio estaba el viejo orden, el ancien régime, el régimen de castas y estatus fijo, de explotación por una clase dirigente despótica, utilizando la iglesia para embaucar a las masas para que acepten su gobierno. Era un estatismo puro, eso era la derecha. Luego, en la Europa occidental de los siglos XVII y XVIII, apareció un movimiento radical de oposición, nuestros héroes, que defendieron un movimiento revolucionario popular a favor del racionalismo, la libertad individual, el gobierno mínimo, los mercados libres, la paz internacional y la separación de iglesia y estado, en oposición al trono y el altar, la monarquía, la clase dirigente, la teocracia y la guerra. Éstos (“nuestra gente”) eran la izquierda y cuanto más pura era su versión, más “extremistas” eran.
Hasta aquí, bien, pero ¿qué pasa con el socialismo, siempre habíamos considerado la extrema izquierda? Liggio analizaba el socialismo como un confuso movimiento intermedio, influido históricamente tanto por la izquierda libertaria como por la derecha conservadora. De la izquierda individualista, los socialistas tomaron los objetivos de la libertad: la eliminación del estado, el reemplazo del gobierno de hombres por la administración de cosas, la oposición a la clase dirigente y una búsqueda de su derrocamiento, el deseo de establecer la paz internacional, una economía industrial avanzada y un alto nivel de vida para la masa de la gente. De la derecha los socialistas adoptaron los medios para alcanzar esos objetivos: el colectivismo, la planificación estatal, el control comunitario del individuo. Esto ponía al socialismo en medio del espectro ideológico. También significaba que el socialismo era una doctrina inestable y contradictoria condenada a explotar por la contradicción interna entre sus medios y sus fines.
Nuestro análisis se reforzó mucho al familiarizarnos con el nuevo y excitante grupo de historiadores que estudiaban jusnto al historiador William Appleman Williams, de la Universidad de Wisconsin. De ellos descubrimos que todos los que somos librecambistas habían errado en que de alguna forma, en el fondo, los grandes empresarios estaban realmente a favor del laissez faire y que sus desviaciones, evidentemente claras y notorias en los últimos años, eran o bien “traiciones” del principio por conveniencia, o bien el resultado de astutas maniobras por parte de los intelectuales liberales.
Es la opinión general de la derecha: en la notable expresión de Aun Rand, la gran empresa “la minoría más perseguida de Estados Unidos”. ¡Minoría perseguida, sí! Sin duda hubo ataques contra la gran empresa en el antiguo Chicago Tribune de McCormick y en los escritos de Albert Jay Nock, pero hizo falta el análisis de Williams-Kolko para retratar la verdadera anatomía y psicología del escenario estadounidense.
Como apuntaba Kolko, todas las distintas medidas de la regulación federal y el estado del bienestar que tanto izquierda como derecha han creído siempre que eran movimientos de masas contra las grandes empresas no solo están ahora respaldadas incondicionalmente por las grandes empresas, sino que las originan éstas para el propio fin de cambiar de un mercado libre a una economía cartelizada que les beneficiaría. La política exterior imperialista y el permanente estado acuartelado originado en la gran empresa buscan inversiones extranjeras y contratos bélicos domésticos.
El papel de los intelectuales liberales es servir como “liberales corporativistas”, tejedores de complejas apologías para informar a las masas de que las cabezas del estado corporativista estadounidense gobierna por el “bien común” y el “bienestar general”, como el sacerdote del despotismo oriental que convencía a las masas de que su emperador era omnisciente y divino.
Desde principios de los 60, a medida que la National Review se aproximaba cada vez más al poder político, se deshacía de sus viejos remanentes libertarios y se acercaba cada vez más a los liberales del Gran Consenso Estadounidense. Abunda la evidencia de esto. Está la cada vez mayor popularidad de Bill Buckley en los medios de comunicación de masas, así como la extendida admiración de la derecha intelectual por gente y grupos hasta entonces desdeñados: por The New leader, por Irving Kristol. por el veterano Felix Frankfurter (que siempre se opuso a la restricción judicial sobre las innovaciones del gobierno a la libertad individual), por Hannah Arendt y Sidney Hook. A pesar de inclinaciones ocasionales por el libre mercado, los conservadores han llegado estar de acuerdo en que los asuntos económicos no importan; por tanto aceptan (o al menos no les preocupan) las líneas maestras del estado keynesiano de bienestar-guerra del corporativismo liberal.
En el plano doméstico, prácticamente los únicos intereses de los conservadores son eliminar a los negros (“disparar a los saqueadores”, “aplastar esos disturbios”), pedir más poder para la policía para que no se “proteja al criminal” (es decir, no proteger su derechos libertarios), obligar a rezar en las escuelas públicas, poner a los rojos y otros subversivos y “sediciosos” en la cárcel y desarrollar una cruzada en el exterior. Hay pocas cosas en el impulso de este programa con lo que los liberales puedan ahora estar en desacuerdo; los desacuerdos son tácticos o solo en materia de grado. Incluso al Guerra Fría (incluyendo la Guerra de Vietnam) se empezó y mantuvo y escaló por parte de los propios liberales.
No sorprende que el liberal Daniel Moynihan (un miembro del consejo nacional de ADA indignado por el radicalismo de los actuales movimientos anti-guerra y Black Power) haya debido recientemente pedir una alianza formal entre liberales y conservadores, ya que ¡después de todo están básicamente de acuerdo en esto, los dos temas cruciales de nuestro tiempo! Incluso Barry Goldwater ha entendido el mensaje: en enero de 1968, en el National Review, Goldwater concluía un artículo afirmando que no está contra los liberales, que los liberales eran necesarios como contrapeso al conservadurismo y que tenía en mente a buenos liberales como Max Lerner, ¡Max Lerner, el epítome de la vieja izquierda, el odiado símbolo de mi juventud!
En respuesta a nuestro aislamiento de la derecha y advirtiendo las prometedoras señales de actitudes libertarias en la emergente nueva izquierda, una pequeña banda de exderechistas libertarios fundamos la “pequeña revista” Left and Right, en la primavera de 1965. Teníamos dos propósitos principales: tomar contacto con libertarios ya en la nueva izquierda y persuadir a la mayoría de los libertarios o cuasi-libertarios que permanecían en la derecha a seguir nuestro ejemplo. No vimos satisfechos en ambos sentidos: por el notable cambio hacia posturas libertarias y antiestatistas en la nueva izquierda y por el significativo número de jóvenes que abandonaron el movimiento derechista.
Esta tendencia izquierda/derecha ha empezado a ser noticiable en la nueva izquierda, alabada y condenada por los conscientes de la situación. (Nuestro antiguo colega Ronald Hamowy, historiador de Stanford, estableció la postura izquierda/derecha en la colección Thoughts of the Young Radicals, de New Republic de 1966). Hemos recibido los gratificantes ánimos de Carl Oglesby, que, en su Containment and Change (1967), defendía una coalición de la nueva izquierda y la vieja derecha y de los jóvenes intelectuales agrupados alrededor de la desgraciadamente difunta Studies on the Left. También hemos sido criticados, aunque indirectamente, por Staughton Lynd, que se preocupa porque nuestros objetivos finales (libre mercado contra el socialismo) difieren.
Finalmente, el historiador liberal Martin Duberman, en un número reciente de Partisan Review, critica al SNCC y el CORE por ser “anarquistas”, por rechazar la autoridad del estado, por insistir en que la comunidad sea voluntaria y por destacar, junto con la SDS, la democracia participativa, en lugar de la representativa. Agudamente, aunque estando en el lado erróneo de la valla, Duberman liga luego a la SNCC y la nueva izquierda con nosotros, los viejos derechistas: “SNCC y CORE, como los anarquistas, hablan cada vez más de la suprema importancia del individuo. Lo hacen, paradójicamente, con una retórica que recuerda con la asociada con la derecha desde hace mucho tiempo. Podría ser Herbert Hoover (…) pero en realidad es Rap Brown el que ahora reitera la necesidad del negro de mantenerse en pie por sí mismo, de tomar sus propias decisiones, de desarrollar autoconfianza y un sentido de dignidad propia. SNCC puede ser desdeñado por los liberales y el ‘estatismo’ de hoy en día, pero parece difícil darse cuenta de que la retórica de laissez faire que prefiere deriva casi literalmente del liberalismo clásico de John Stuart Mill”. Difícil. Sostengo que podría ser mucho peor.
Espero haber explicado por qué unos pocos compatriotas y yo nos hemos movido, o más bien nos han movido, de la “extrema derecha” a la “extrema izquierda” en los últimos 20 años simplemente estando en el mismo lugar ideológico. La derecha, en un tiempo determinada en su oposición al Gran Gobierno, se ha convertido ahora en la rama conservadora del estado corporativista estadounidense y de su política exterior de imperialismo expansionista. Si debemos rescatar a la libertad de esta mortal fusión izquierda/derecha en el centro, ha de hacerse a través de una fusión contraria de la vieja derecha y la nueva izquierda.
James Burnham, un editor de National Review y su principal pensador estratégico en promover la “Tercera Guerra Mundial” (como titula su columna), el profeta del estado gestor (en The Managerial Revolution), cuya única traza de interés real en la libertad en toda una vida de escritos políticos fue una llamada a legalizar los petardos, atacó recientemente la peligrosa tendencia entre los jóvenes conservadores a hacer causa común con la izquierda en oponerse al servicio militar. Burnham advertía que aprendió en su época trotskista que esto sería una coalición “sin principios” y advertía que si uno empieza estando en contra del servicio militar acabaría oponiéndose a la Guerra de Vietnam: “Y más bien pienso que algunos están de corazón, o van a estarlo, contra la guerra. Murray Rothbard ha demostrado cómo el libertarismo de derechas puede llevar a una postura casi anti-EEUU como hace el libertarismo de izquierdas. Y en la derecha estadounidense siempre ha habido una rama endémica de aislacionismo”.
Este pasaje simboliza lo profundamente que ha cambiado todo el impulso de la derecha en las últimas dos décadas. Los vestigios de interés en la libertad o en oposición a la guerra y el imperialismo son considerados ahora desviaciones a eliminar sin dilación. Estoy convencido de que hay millones de estadounidenses que siguen sintiendo devoción por la libertad individual y se oponen al estado leviatán en el interior y el exterior, estadounidenses que se califican de “conservadores” pero sienten que algo ha ido muy mal en la antigua causa anti-New Deal y anti-Fair Deal.
Algo ha ido muy mal: la derecha ha sido capturada y transformada por elitistas y devotos de los ideales conservadores europeos del orden y el militarismo, por cazadores de brujas y cruzados globales, por estatistas que desean coaccionar la “moralidad” y suprimir la “sedición”.
Estados Unidos nació de una revolución contra el imperialismo occidental, nació como un refugio de libertad contra las tiranías y el despotismo, las guerras y las intrigas del viejo mundo. Aún así nos hemos permitido sacrificar los ideales estadounidenses de paz y libertad y anticolonialismo en el altar de una cruzada para matar comunistas en todo el mundo, hemos entregado nuestro derecho libertario de nacimiento a manos de quienes ansían restaurar la Edad de Oro de la Sagrada Inquisición. Es el momento de que despertemos y nos levantemos para restaurar nuestra herencia.
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